Este capítulo es fruto de mi
propia experiencia y de la de un amigüito.
Un día comentando nuestras
experiencias viajeras, un amigüito contó un suceso que le había tocado ver en
la civilizada Finlandia. Era un viaje de trabajo, pero de trabajo trabajo. O
sea, que tiempo para turismo, cero. Bueno, resulta que en Finlandia en otoño
para las tres de la tarde es de noche. El ritmo de vida es otro que en los países
meditarráneos, no ven el sol prácticamente en medio año. Así les va a los
civilizados fineses, tienen un índice se suicidios brutal. Y el nivel de
trasegar destilados entre el personal también es bastante elevado.
De hecho en Noruega el alcohol
se vende en tiendas del gobierno, como los estancos. He tropezado con personas
que se financiaron el viaje a los países bálticos a base de contrabandear con
whisky comprando en España y revendido en Noruega. Si es que no tenemos remedio
los españoles
Pes eso, nos describió una
situación que vivió en un bar en Helsinki. Un día, después del curro salieron a
tomar algo. Una sola bebida, dado que los precios están prohibitivos en ese
país. Después de con su santa paciencia enseñarle al barman a preparar un
cubalibre en condiciones vivieron la civilizada experiencia.
Un parroquiano se derrumbó en el
suelo cuan largo era. La borrachera había degenerado en coma etílico y el pobre
hombre no es que no se tuviera de pie, es que no se tenía sentado. Y acabó en
el santo suelo durmiendo la moña tras pergarse una considerable costalada.
Nadie dijo nada en el bar. Estos
se quedaron contemplando la escena. Y antes de que que hicieran nada, el camarero
salió de la barra. Levantó al trompetilla por los sobacos, lo aupó, lo sacó
arrastrando los pies y lo dejó en la calle, bajo un considerable frío y
empezando a nevar. Y nadie puso cara rara. Era lo habitual. Si acababas en el
suelo producto de todo lo que te habías bebido, directo a la puta calle. Sin
contemplaciones e hiciera la rasca que hiciera.
A mí me tocó otra escena similar
en el incivilizado, inculto y tercermundista mundo. En Nepal.
Acabada la jornada acabamos en
una pensioncilla. Merendamos y empezó la
tertulia con el resto del personal. Había nepalíes y había otro excursionista.
En un rincón, un oriundo dándole duro a un destilado infecto que hacen allí, el
raksi. Es un destilado casero que lo hacen del arroz o del mijo. Como todo lo
casero, oscila entre malo y repugnante. Yo lo probé en un par de ocasiones y
mira como tiene que ser de malo que no me gustó. Tienen una cosa parecida a la
cerveza, el chang, que en realidad sabe como a una sidra aguada. Esto se puede
consumir. Está decente
Bueno, que me voy por las ramas.
Allí estaba el señor que ya se había libado unos cuantos decilitros de raksi. Y
acabó doblando el lomo en un rincón, se tumbó en un sillón y se puso a roncar.
Salió el dueño de la pensión con una manta y lo tapó. Y le puso una toalla bajo
la cabeza para por si aca. Y allí se quedó durmiendo tan ricamente.
Pasada una hora u hora y media
espabiló. Se incorporó como pudo y se nos quedó mirando con la mirada esa que
tenemos tras cogernos una curda. Ese mirar y no ver es internacional. Y volvió
a salir el dueño de la pensión y apareció con un tazón de caldo con fideos y un
poco de té. El parroquiano dio cuenta del refrigerio, se levantó, fue al baño y
salió con la cara lavada y sin legañas. Pagó la cuenta, se despidió y se largó
por su propio pie.
Ya veis amigüitos, que
diferencia entre la civilización y la barbarie. Si es que no me extraña que
esos países estén como están.
Ya podían aprender de nosotros.
Ahora en serio. En Nepal la
solidaridad y el ayudarse entre todos en imprescindible, y así lo han aprendido
desde pequeños. Simplemente, vivir allí es tan duro que o te ayudas entre todos
o desapareces. Y en los países nórdicos hasta hace unos decenios era también
así. Hasta que el progreso hizo desaparecer esa necesidad de colaboración
mutua. Y en esto hemos degenerado en todos los sitios
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