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domingo, 19 de enero de 2014

Bueno, una recopilación salada de cosas que me pasaron en la frontera andorrana

No hace falta ir lejos para pasarlas de a metro. Cuatro amigüitos de los que no diré su nombre y uno era yo, otro el Ángel el del Akelarre, otro Pelucas y el otro el Emilio el andaluz. Hace veinticinco años. Cuando todavía merecía la pena ir a comprar a Andorra.

El tabaco y el alcohol eran mucho más baratos en Andorra, así como todo tipo de gadchets electrónicos. Preparamos una expedición a ese país. Como íbamos cuatro la táctica era la siguiente: si podíamos pasar cinco botellas y cinco cartones por persona, pasábamos ocho de cada por viaje, o sea, treinta y dos botellas y treinta y dos cartones cada vez. Bajábamos a Seo de Urgell, dejábamos el matute en casa de un conocido y tira para arriba a por mas. La idea era que por tres de cada no nos iban a decir nada, aparte de que por tan poca cosa no se molestaban. Completábamos el alijo con algún cacharro eléctrónico, cámaras de fotos….. en fin, todo el día haciendo el melón.

Ahora va la narración del viaje. Roza el surrealismo

Pues eso, que salimos de Peralta una madrugada de agosto a las 3 hora zulú.  Seis horas de conducción en el Passat del Ángel. El Ángel tiene una teoría, que para conducir bien no hay que pisar el freno, que es mejor reducir con el motor. No sé yo para que ponen freno en los coches, pero bueno, allá cada uno con sus teorías.

Yo me mareo bastante. En carretera recta  lo llevé bien, pero cuando iniciamos las curvas, me mareé igual que un manchego en mitad de un maremoto. Siete veces, siete, tuvo que parar a que yo vomitara. La última, en mitad de Seo:

“Para Ángel para, que voy a potar”
“Joder que llevas seis”
“Paraaaaaa”

Frenazo de emergencia, abro la puerta y ya sin tiempo procedo a tranquilizar mi maltratado estómago. Con tan mala suerte que era una parada de autobús y le fueron todos los jugos gástricos a los pies de un pobre hombre que estaba esperando el bus para ir a trabajar con el bocata debajo del brazo. Los otros tres cabrones muertos de risa con las cabezas asomando por la ventanilla, yo procediendo y el probo trabajador mirando con cara de “esto tiene que ser la cámara indiscreta”

Seguimos y paramos a tomar algo. Por desayunar y por cuidar mi estómago. Alguien me había dicho que tras vomitar es bueno algo ácido, así que me tomé un bocata de pepinillos con boquerones y un kas de limón para pasarlo. Mis amigüitos miraban mi refrigerio con cara de marcianos
“Joderrrr, no te comas eso que te va a caer mal”
“Sabréis vosotros”

Oye, mano de santo.

Iniciamos la tarea a la que íbamos, perjudicar a la hacienda pública con el mercadeo de alcohol y tabaco. Y combinado con la compra de todo tipo de tontadas de complemento. Pelucas se compró un paraguas tremendo (ya os lo podéis imaginar) rojo y blanco y con visera. Esto es, desplegabas el paraguas y parecía una gorra de dos metros de diámetro. Nosotros venga a reírnos de la ocurrencia, pero por la tarde cayó una tormenta tremenda y nos tuvimos que  refugiar debajo del artilugio. Era para vernos a los cuatro metidos bajo la gorra en medio del nublado por las calles de Andorra.

El Ángel que le quiere comprar algo a su mujer. Tienda de perfumes de las glamourosas. Pa dentro.

El Ángel prueba un perfume. Se lo echa en el dorso de la mano.

“Huele bien”.

Coge otro y se lo echa encima del primero

“No está mal”. La dependienta ojiplática

Coge otro y le echa a la dependienta y se pone a olerla

“También está bien”. La dependienta buscando la cámara oculta.

Coge otro, me echa a mí y me huele. También le gusta. Y ante la duda se compra todos. La dependienta alucinada

“Pero caballero, su esposa tendrá su perfume, llévese uno o dos, sea prudente”
“Ques igual majica, ponme todos”

Hala, a la calle cargados con media tienda de colonias.

Viaje para abajo a la Seo, tira para arriba
Tira para arriba. Llevábamos tres viajes ya. Cargados con el bebercio y el fumercio. En el cuarto viaje Ángel decide comprar una cazadora de cuero reforzada para la moto.

“Que es mejor que en vez de llevarla en el maletero la lleves puesta, para que si lo abren no digan nada”

Allí estaba yo, montado en un coche sin aire acondicionado, a treinta y cinco grados a las doce en agosto y con una cazadora de cuero puesta

“¿Tú crees que no se fijarán?”
“Naaaa, no te preocupes de naaaa”
“No sé. A mí esto no me parece ni medio normal”

Oye, que pasamos. Tira para abajo, descarga y tira para arriba.

Quinto viaje.

Como no nos habían parado en los otros cuatro anteriores, decidimos obviar la norma de las ocho cada uno y directamente llenar el maletero hasta los topes de licor.

Pero esta vez no hubo tanta suerte. Llegamos a la frontera de Andorra, nos paran y nos hacen bajar

“Abra el maletero caballero”

Abrimos y sale la destilería.

“El tope es cinco por persona. Tienen que declarar el resto o dejarlo aquí”
“Vale majico, que no sabíamos. Ya voy a la oficina”

El Ángel se va a la posta de la Guardia Civil. Nosotros esperando. Aparece a los diez minutos y se dirige al agente de la Guardia Civil

“Majico, que me ha dicho tu jefe que por ser la primera vez que pase”
“¿QUEEEEE?, espere aquí que voy a comprobarlo”

Al agente se da media vuelta, Ángel se monta de un salto en el auto (nosotros estábamos ya dentro) arranca y sale disparado de la frontera en dirección a la Seo de urgell.

“¡¡¡¡¡ANGEEEEL!!!! ¡¡¡¡¡ PARAAAAA!!!!! ¡¡¡¡ QUE NOS VAN A ACHICHARRARRRR!!!!!”

Afortunadamente no hubo tiros ni nos persiguieron. Así que a toda velocidad hacia la Seo. Llegamos, recogimos todo el alijo y para casa. Eran las siete de la tarde. El coche iba que rozaban los bajos en la gravilla.

Enfilamos la nacional hacia Lérida. Muchas curvas y yo me fijaba que el Ángel le daba al intermitente en cada curva. Cosa rara me parecía, pero bueno. Allá él.

A la salida de una curva, a trescientos metros más adelante, un cacho control de la Guardia Civil como un demonio de grande. Lo suelen hacer, sabían el truco que utilizaba el personal de hacer viajes; así que de vez en cuando montaban una “frontera” más adelante para pillar a los listos.

El Ángel con el intermitente dado, tranquilamente  gira a la derecha y enfilamos un camino ganadero monte arriba. Como oís, José María el Tempranillo y sus secuaces al monte. Avanzamos medio kilómetro por el camino y por otro lateral que salía nos metimos y escondimos el auto. Volví andando hasta donde se veía la carretera y a las dos horas, cuando vi que quitaron el control, volvimos a la nacional y seguimos camino. Las doce de la noche y quedaba tarea aún.

Poco a poco, nos fuimos adormilando todos. Yo iba dando cabezadas y en un momento que me despierto veo a Pelucas y al Emilio dormidos atrás y al Ángel conduciendo con la cabeza afuera por la ventanilla

“¿Pero qué haces?”
“Es para no dormirme, que tengo mucho sueño”
“Joder, pues para y descansamos un poco”
“También es verdad. Tienes razón”

Yo creo que sí,  que era más prudente dormir un rato que conducir con la cabeza afuera.

Y aquí acaba la historia fronteras parte siete. Llegamos con bien, nos reímos mucho y pasamos mucho mucho miedo.

Yo cuando salimos escopeteados de la frontera pensaba que nos iban a coser a tiros, y encima con razón.


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