Ahhhh, la propina, la propina. Cómo nos duele este
acto a los españoles cuando salimos. Se ven cuadros y situaciones que te mueres
de risa.
Personas que han estado todo el viaje de colegas con
el guía, absorbiendo sus conocimientos, interesándose por hechos que no entran
en el programa y que el guía amablemente ha explicado se vuelven como mister
Hyde. Otra cara a la hora de soltar la pasta.
Lo que les cuesta
Lo mejor viene a la hora de
“¿Cuánto ponemos?”
Se inicia una conversación interminable en la que yo
normalmente no participo. Dejo hablar y me limito a escuchar. Sale a relucir lo
que gana un nativo al mes y en función de eso calculan lo que hay que darle.
Siempre hay gente maja que dice que eso no es así, que el agradecimiento es
imponderable. Pero normalmente el roñoso es irreductible. Diosss, que duros son
los tíos.
Pues eso, yo chitón. Y cuando llegan a un acuerdo
de “a cuanto hay que poner”, si a mí no
me parece bien salto con lo de siempre
“No, mira, que yo voy a mi aire y ya le doy al guía
lo que estimo conveniente de mi parte”
Los dardos de odio que lanza el roñoso con la mirada
no se pagan con nada
Ahora en serio. No entiendo a gente que se gastan
quinientos euros en regalos que son tontadas y sosedades y sin embargo son
incapaces de dar cincuenta a la persona que te ha facilitado la vida y que ha
hecho que un viaje lo recuerdes con cariño.
Y más aun cuando lo has llamado amigo y esa pequeña
cantidad sabes que va a servir para que su familia viva dignamente unos meses.
Roñosos
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