El
último sábado del mes de noviembre se reedita la recogida de bellota de coscoja
para su posterior siembra en el monte.
Los
objetivos son los de siempre, fundamentalmente pasar una tarde agradable en uno
de los pocos entornos autóctonos que quedan en nuestra zona. Y que los críos
vayan aprendiendo a valorar lo que tenemos, a no empuercar todo a diestro,
siniestro, arriba y abajo y que sepan que los árboles vienen de una semilla, no
de la tienda. O sea, que es una tarde
dirigida fundamentalmente a los más enanos acompañados de sus papis; a mí y al
Alfredo no nos dejéis encargados de gestionar el caos por que el cataclismo
está asegurado.
Siempre
que escribo sobre “sitios autóctonos y no contaminados por la mano del hombre”
me paro a reflexionar sobre un par de cosas. Fruto de mis experiencias por esos
mundos de Manitú me he dado cuenta que estas cosas de la ecología sólo importan
a las personas que tienen sus necesidades vitales cubiertas, o sea, comer, que
los críos vayan a la escuela, que los viejos estén atendidos y que no te peguen
un tiro en la calle. Y un ochenta por ciento del mundo, esas necesidades no las
tiene resueltas.
Lo que
ha hecho progresar al ser humano desde que se tiró de una acacia ha sido la
necesidad. La necesidad de defenderse de las fieras creó los primeros grupos de
homínidos, el frío creó la vestimenta, el romper huesos para obtener tuétano
creó las herramientas y así hasta el infinito. Pero resulta que las propias
necesidades nos han llevado a que cuando no existen las inventemos. Así pues,
cuando las cosas más básicas que anteriormente he enumerado se han visto
cubiertas, hemos ideado otras que son las que mantienen este “progreso” en
marcha
Siempre
os hablo de África. Ese continente me alucina, quizás es porque siempre voy con
pasaje de vuelta y perras en el bolsillo. Por eso me gusta, ya que si tuviese
que vivir como viven allí haría como ellos, soñaría con venir a Europa aunque
me dejara la vida en el intento. Y es en África donde “el sentimiento ecológico”
no existe. África es el homenaje a la basura. En los alrededores de cualquier
ciudad te encuentras montañas de vertidos con críos rebuscando por los mismos.
En los puertos barcos del primer mundo embarrancados para ser desguazados y las
cunetas son el museo del bote y la botella.
No le
hables a un africano de ecología o de la suerte que tiene de vivir en un
continente “virgen”, porque si tienes la desgracia de que no se le ha olvidado
el último hijo muerto por malaria, gangrena o intoxicación de plomo lo más
probable es que como poco te ganes una ostia o como mucho te abra la cabeza.
El
“sentimiento ecológico” es patrimonio del bien alimentado primer mundo. Así
pues, cuando hablamos de la deforestación de Europa, de la sobreexplotación
ganadera de las corralizas, de los monocultivos de maíz en Francia o de la
desecación de los humedales en Holanda y Centroeuropa y a renglón seguido
hablamos de la pérdida de biodiversidad, que no se nos olvide que hace ciento
cincuenta años estas cosas se hicieron por algo. Esa deforestación hizo que
Europa se calentara. La sobreexplotación ganadera y el maíz que nuestros
ancestros no pasasen las hambrunas del siglo X. La desecación de humedales
acabó con plagas en Rusia y Holanda. Se hizo por unos motivos que ahora no
podemos entender porque no nos crean necesidades, pero entonces sí tuvieron su
sentido.
Ahora en
el primer mundo estamos recuperando el “respeto por la naturaleza” y se nos ha
olvidado que la naturaleza es siempre hostil al ser humano. La naturaleza
realmente es un enemigo del hombre.
Pero
quizás nos hayamos pasado de frenada con domeñar a la naturaleza y quizás en el
primer y ahora bien alimentado mundo si nos planteamos las cosas con un poco de
cabeza podremos llegar a disfrutar del monte y del campo.
Ahora ya
no hay una sobreexplotación de ganado en el monte. La apertura de nuevas
tierras de regadío en los comunales ha propiciado que el rebaño pueda dirigirse
a estas zonas y salir del secano. Y quizás sea el momento para recuperar los
liecos. Y es algo tan fácil y barato como coger una semilla de coscoja, dar un
azadonazo al suelo y sembrarla y esperar. Y posiblemente vuestros hijos, fruto
del trabajo vuestro de TRES SABADOS POR AÑO puedan disfrutar de unos montes tan
bonitos como es el paraje de la Sierra. Allí la familia Orduña Osés lleva
veinte años trabajando. Si nos lo tomamos un poco en serio nosotros, y como
esto entiendo dedicar cuatro mañanas de sábado por año, se pueden recuperar
todos los liecos del monte. Cabemos todos, agricultores, ganaderos, cazadores y
gente que simplemente nos gusta el campo.
Cada día
me gusta menos definirme como ecologista. Suena a talibán.
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