El viaje
de ida a Noruega ya fue una aventura en sí. Salir de casa hasta Hendaya, allí
tomar un tren a París, cambio de estación a través del metro y otro tren
nocturno hasta Hamburgo. Y una vez en Hamburgo, DKV y a Noruega.
Ese era
el plan. Ja ja ja. En previsión de que todo en Noruega vale como aquí pero
multiplicado por cinco íbamos cargados como animales de comida envasada al
vacío y enlatada desde aquí. Calculo así, a bote pronto, que llevábamos nuestro
equipaje mas unos quince quilos de comida por cabeza. Iba de todo: botes de
alubias y garbanzos, un jamón deshuesado y al vacío, alguna botella de whisky,
rastras de chorizo, macarrones… vaya, como para una guerra. Durante los
preparativos uno dijo de llevar vino. E hizo las siguientes cuentas:
“Somos
cinco, y vamos veintiún días. Una botella para comer y otra para cenar. Son
cuarenta y dos litros de vino lo que hay que llevar”
Evidentemente
lo mandamos a la mierda. Cualquiera carga con cuarenta y dos litros de vino.
Todo
convenientemente empaquetado en dos sacos que llevábamos entre dos y una
barquilla de plástico que cargaba otro. Imaginaos el plan por el metro de
París, corre que te corre para poder
coger el tren.
En esto,
los hados se confabulan contra nosotros y anuncian por megafonía que una
persona se había tirado a las vías del metro en una estación y que había
retraso. Uno de nosotros
“Joder,
ya se podía haber tirado ayer, que oportuno el tío”
Total
que veíamos que no íbamos a llegar a tiempo. Encima verano y cargados como
mulas y sudando como descosidos. Y el de la barquilla que ya no puede más de
cargar con ella
“Que le
den por el culo a la barquilla, que estoy hasta los cojones de ella. Aquí la
dejo”
Y allí
se quedó una barquilla llena de botes de garbanzos y alubias del Jae. Encima de
un banco en la estación de metro.
Como os
digo, no llegamos a tiempo. Fue por segundo, vimos salir nuestro tren pero no
lo cogimos. Como somos hombres de recursos fuimos a la ventanilla y sacamos
billetes para un TGV que corría como una bala. Arrepasamos al nuestro y en
Amberes lo esperamos y nos subimos. Imagináos cinco elementos, sudados y sin
duchar ni cambiar en dos días, cargados como sherpas y metidos en un
departamento de coche cama. Una pobre chica le tocó compartir con nosotros el
habitáculo, pero lo hizo por poco rato. Salió al pasillo y allí pasó la noche. Algo
me pareció entender entre “pigs” y “dirty people” (cutos y puercos nos llamó).
No se lo tuvimos en cuenta
Bueno,
que llegamos a Hamburgo y cogimos la fragoneta y empezó el viaje de verdad.
Imagino
el follón que se montaría en la Garé du Nord en París con los artificieros
acordonando la barquilla de botes del Jae. Es que encima tocó años en los que
había atentados en el metro y la poli estaba muy, digamos, sensible.
Seguro
que fueron los artificieros.
Ahh, que
se me olvidaba. Al final del viaje, en el fondo de uno de los sacos apareció el
hueso del jamón. Lo habíamos paseado por todo Europa. Encima lo descubrió uno
de nosotros que es el que más mala leche tiene y el que le había tocado cargar
con ese saco. Menuda sarta de pecados echó por su boca a cuenta del hueso
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