Pedro
Salazar Ibiricu se dirige en en su DKV desde el aeropuerto de Madrid a su
pueblo. En su tranquilo retiro de los montes Altai ha recibido un aviso de su
secretaria Mrs. Green referente a una avería en una acometida de agua de una
casa que posee en el municipio de Peralta. Así pues, ha tomado su avión privado
Gulfstream G550 y se ha encaminado de nuevo a España.
El tono
de Mrs. Green no era tranquilizador. Le ha dicho su eficiente secretaria que o
volvía él en persona a arreglar el tema ese “de la puta acometida” o que se
despedía. A Pedro le ha extrañado el leguaje de su secretaria, pulcra mujer
educada en los mejores colegios suizos. Y ha decidido ir en persona a
solucionar lo que cree que es una tontería
Recuerda
que su padre tuvo un problema similar cuarenta años atrás, y que fue el
encargado de la brigada municipal y en tres cuartos de hora lo solucionó. Así
que le extraña que semejante nimiedad haya sacado a Mrs. Green de sus casillas.
Llega a
Peralta y se dirige a las oficinas municipales. Le atiende un amable oficinista
“¿Qué
desea?”
“Tengo
un problema con una vieja acometida de agua en una casa antigua. A ver si puede
pasar el de la brigada a verlo”
“Lo
siento, ahora el tema lo lleva la mancomunidad. Tenga el teléfono y llame”
Pedro
sale de las oficinas y observa por el rabillo del ojo que el amable oficinista
está muerto de risa. Bueno, a Pedro le gusta que la gente sea feliz. Llama al
número. Le atienden y concierta una cita con un empleado de la mancomunidad
para el día siguiente
Puntual
como un reloj, al día siguiente aparece el operario.
“No es
cosa nuestra, es una acometida vieja. Lo nuestro es hasta aquí, este trozo es
cosa suya. Lo siento”
“¿Y
entonces qué hago?”
“Llame a
la oficina de la mancomunidad y que le den un certificado de que la avería es
cosa suya y con eso vaya al Ayuntamiento para que le autoricen a abrir la calle
para reparar”
El
amable operario se monta en su fragoneta y se va. A Pedro le extraña que se
vaya partiéndose de risa. Pedro llama de nuevo a la Mancomunidad y explica la
situación. La amable oficinista le indica que le mandará el certificado, pero
que lo tiene que firmar un ingeniero que no está hasta dentro de una semana y
el gerente que se encuentra de vacaciones
Quince
días después (a todo esto la acometida sigue chorreando agua) Pedro,
certificado en ristre vuelve al Ayuntamiento. Le autorizan a la apertura de la
calle, pero previo a eso debe enterarse de por donde pasan los siguientes
servicios, no sea que los rompa:
Electricidad,
fecales, pluviales, gas, teléfono, fibra óptica, agua, red de Ono y tomas de
tierra de edificios colindantes. Además, como en esa zona el alcantarillado es
de Uralita, necesita una empresa especializada en tratamientos de este
material. Y un fontanero autorizado por Gas Navarra para el cruce con sus
instalaciones.
Pedro
pacientemente recopila toda la documentación y los certificados. Ha tenido que
ir al archivo general de Navarra para enterarse de por dónde iba el
saneamiento, pero ya provisto de todos los papeles vuelve a las Oficinas
Municipales. Han pasado otros veinticuatro días
“Es que
ha cambiado la normativa. Además de todo esto necesita un informe de la
Confederación Hidrográfica del Ebro diciendo que no afecta a cauce público y de
AENA, la gestora de aeropuertos. Es que hubo problemas en Noáin con un tema
parecido y afectó al aeropuerto”
“Pero
estamos a sesenta kilómetros del aeropuerto”
“Es que
necesita un certificado diciendo que la obra que usted va a realizar está a
sesenta kilómetros y que no les afecta”
Pedro
sale a la calle desesperado y se apoya en uno de los pilares de caravista del
porche y empieza a llorar. Gruesas lágrimas resbalan por sus mejillas. Ahora
comprende a Mrs. Green
“Coño
Pedro ¿Qué vida?”
Quien
tan afablemente le saluda es un operario de la brigada de obras del municipio.
Pedro le relata todo lo que le ha acontecido, que lleva ya tres meses
intentando reparar la acometida y que no hay manera
“Venga
hombre, no te preocupes. Vamos un momento y la arreglamos”
Pedro
monta en la DKV del operario, van a su casa y el amable empleado, armado de una
llave de perro, repara la acometida en veintiséis segundos
“Hala,
ya está. Venga Pedro, hasta luego”
“Espera
joder, vamos a echar un café por lo menos”
“No, que
ando con prisa. Y vete ahorrando, que cuando te llegue la factura del agua por
tres meses de escape, prepárate”
Veinte
días después Pedro es ingresado en la UVI con tres infartos. Le ha llegado la
factura del agua, cuatro mil doscientos euros, más una multa de quince mil por
despilfarro de tan preciado líquido.
Pedro
decide volver a los montes Altai, a su tranquilo retiro.
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