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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Capítulo octogésimo quinto “qué sitio tan estupendo para tener una avería”



Durante según qué viajes te das cuenta de lo frágil que es la intendencia y el bienestar. Una noche nos tocó acampada libre en las llanuras Namibias, en un paraje que se llamaba “cha-re”. Ya os he contado que este país es de los más jóvenes del mundo, sólo superado por los recientes Montenegro y Macedonia. Fue el último que se independizó en África

También tiene otro record, es el más deshabitado del mundo. Su clima y su orografía así lo han hecho. Estamos acostumbrados a vivir en sitios muy poblados desde muy antiguo y hasta que no nos damos una vuelta por esos andurriales no apreciamos las infraestructuras por las que nos desplazamos.

Este país no puede permitirse el lujo de tener carreteras. En algo les beneficia la práctica inexistencia de lluvias y es en que las vías de comunicación la mayoría son pistas de tierra. Así lo que hacen es hacer la pista y dejar una motoniveladora cada tantos kilómetros que se dedica durante toda la vida útil del cacharro a ir y venir reparando baches. Al principio parece curioso, pero luego le ves toda la practicidad y lógica. Total, ellos se desplazan en todoterrenos viejos y son pocos los que pasan y para cuatro turistas raros que van, pues que se jodan y que den botes en el camión. Ahora eso sí, es muy divertido el funcionamiento de estos sitios.

Aquella noche tocaba dormir en un “camping” que había preparado una japonesa que fue a dar una vuelta a Namibia hacía veinte años, se enamoró de uno de allí y se quedó a vivir. Qué bonito, ¿verdad?. El camping en realidad era un vallado circular de chapa metálica con un suelo de hormigón y una zona para hacer fuego y preparar la comida. A unos cincuenta metros unas letrinas para hacer el pos que debido a la sequedad del clima cumplían a la perfección con su cometido. Era muy instructivo contemplar pedujos fosilizados de todos los turistas que anteriormente habían pasado y dejado su firma por allí. Y aunque parezca una marranada es conveniente usar las letrinas, más vale que la caca se concentre en un par de puntos que se desperdigue por los alrededores y parezca eso las aceras de Peralta.

Fue una noche muy bonita y tranquila. No había nadie en ochenta kilómetros a la redonda. Y esa sensación de levantarte por la mañana con la roña de días anteriores pegada al cuerpo y con la misma ropa de varias jornadas es impagable. Los que no conozcáis esta vivencia os la recomiendo. De vez en cuando, abandonarse un poco a la molicie y la suciedad es muy recomendable, vuelves a tus orígenes y te sientes un cazador-recolector. Y más si estás en la región de donde salieron nuestros ancestros.

Pero esa mañana nos deparaba una sorpresa. El camión-cocina-bus no arrancaba. Probamos a tirarlo cuesta abajo pero ni por esas. El guía llamó a la japonesa, que estaba a unos sesenta kilómetros de nosotros y dijo muy amable que a ver qué podía hacer. Evidentemente, llamar a la asistencia en carretera no tenía mucho sentido.

El guía era el qué más apurado estaba del grupo. Se pensaba que le íbamos a empezar a gritar y a “pedir responsabilidades”. Pero éramos un grupito sensato y lo primero es lo primero, salir del paso. Y liarnos a broncas no conducía a nada. Ya nos adelantó el guía que si no conseguíamos arrancar el camión tendríamos que quedarnos un par de días o tres allí. Si tenía que venir otro camión para seguir el viaje, el más cercano estaba en Sudáfrica. 

Bueno, tenemos comida, agua y no hay ducha, qué más se puede pedir pensé para mis adentros.

Una hora después apareció un descendiente de los colonos boers, los holandeses. Un pelirrojo barbudo que medía uno noventa por todos los sitios, esto es, de alto, de ancho, de perímetro y de hombro a hombro. Iba en una fragoneta Toyota acompañado de un nativo. Oye, y en media hora le hicieron un apaño al filtro del aire y salimos del paso.

Y todo esto sin un grito ni una mala cara. Parecía imposible en un grupo de españoles. La verdad que en cuanto al grupo, fue un viaje muy llevadero.

Os pongo un mapa de la zona de “acampada” para que apreciéis que estábamos a cien kilómetros de ningún lado. Y otra foto aérea del camping para que veáis las magníficas instalaciones de las que disfrutamos.
Id a África, merece la pena





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