La
verdad es que no se qué tiene salir de casa, pero hay personas que sufren una curiosa
metamorfosis. Me explico. Actividades que en tu pueblo o ciudad ni te apetece
hacerlas ni en la puta vida se te ha ocurrido afrontarlas, cuando vas de viaje
y sobre todo cuanto más lejos te vas, las haces
Yo ya os
he contado deportes y sustos que he practicado cuando tenía veinticinco años, o
sea, hace seis. Parapente, un cursillo de buceo, escalada de corredores
helados, descenso de barrancos y hasta hice mis pinitos con la escalada,
sencilla eso sí, pero con una torta considerable. A más de todo esto, por mi
profesión, no tengo ningún problema en subir a cualquier tipo de andamio a
cualquier altura. Vamos, que no soy un miedica.
Pero una
cosa tenemos de ventaja en España, la seguridad social y los servicios de
rescate, tanto de Guardia Civil como de Samur o bomberos.
Y estas
cosas, por desgracia, en países tan avanzados como Zambia, Zimbabue o Kenia no
las hay.
Acordaos
de esas turistas navarras que estuvieron una semana en Ankara por que el globo
en el que iban fue al suelo. Seguro que en Pamplona nunca montaron en globo,
pero “como estamos de vacaciones, yujuuuu, hay que hacer cosas que en casa no
haríamos”
Pues
eso, el tonto, que en casa no lo haces
En Kenia
me tocó una turista con la espalda rota por una caída de caballo. Tuvo que ser
evacuada en un avión de línea regular que adecuaron para ella.
Yo si
salgo fuera de casa procuro minimizar los riesgos. Que para hacer el indio lo
hago más a gusto en España.
Los
últimos días del viaje a Namibia que se desarrollaron en las cataratas victoria.
Allí había una serie de “actividades divertidas” para hacer. Una era cruzar en
una tirolina de punta a punta del barranco de las cataratas. La tirolina
tendría unos doscientos metros de largo y el tortazo era de otros doscientos.
Mira, cuando vi a una india (india de la India, no era chiricagüa) montarse en
la silleta y cruzar de punta a punta gritando de emoción CON UN BEBE EN BRAZOS
pude apreciar que el nivel de estupidez humana estaba mucho más alto de lo que
supuse.
Otra era
tirarse atado de una goma para “experimentar una sensación única”. La goma
estaba calculada en función del peso del señor. Y los cálculos los hacía un
oriundo que tenía a su lado una surtida colección de botellines de cerveza. Por
los cojones me ato a un arnés que llevaría más de mil saltos y con una goma
cuyo límite elástico era función del contenido etílico del que manejaba las
tablas. Y el salto era de más de doscientos metros
En el
viaje a África nos acompañaba un señor que era la viva imagen de Herman
Monster. Tanto en lo físico como en los hechos. De hecho, el día que fuimos a
la granja de guepardos mientras nos estábamos fotografiando estuvo a un palmo
de pisarle el rabo a uno de los guepardos. Vaya la que se hubiera montado
cuando a un gatito de ochenta kilos le planta la zarpa encima de la colita un
algarrobo de cien kilos. Nos hubiera faltado sabana para correr.
Había
otra que era el descenso del río Zambeze en barca. Pues bien, ese descenso está
clasificado con un cinco en la escala de rafting. El tope es seis. Y nos
vendían el viaje como una “descarga de adrenalina”. Mi compañero y yo decidimos
no bajar. Y el resto de nuestra expedición venga a animarnos. Bajad, bajad, ya
veréis que bien. Yo tenía claro que no me montaba en un bote con otros ocho
novatos a hacer un descenso de grado cinco, y menos con Herman cerca, que si no
te ahogas te podía meter el remo en los dientes.
Ya
hicieron el descenso, ya. Naufragaron y al salir, si tenía que haber ocho
cabezas en el río no había más que siete. Faltaba una chica. Alguna experiencia
similar he tenido y los segundos se hacen horas. Pasan los minutos y la moza no
aparece. Su marido desesperado. Y al final la ven, unos cuantos metros más
abajo y medio desfallecida agarrada a una roca
“Nunca
más” nos dijo el matrimonio después.
Otras se
tiraron en paracaídas
“¿Lo
habéis probado en España?”
“No
nunca. Es que en España no nos lo planteamos. Pero aquí si”
“Ya. Muy
lógico”
Lo más
gracioso es que antes de cualquiera de estas actividades te hacen firmar una
serie de papelotes en los que eximes de responsabilidad y de exigencias de
rescate a la agencia y al estado africano de turno. Oye, y la gente se mete con
una alegría que para qué.
Es que
nos transformamos. Bebemos y comemos cosas que en casa no lo haríamos ni por
todo el oro del mundo. Y nos jugamos la pelleta a lo tonto e innecesariamente
sin darnos cuenta de que estamos a diez mil kilómetros de la civilización en
línea recta y que cualquier accidente puede ser chungo, chungo, chungo
Pero ya
se sabe, estoy de vacaciones y tengo que hacer cosas que nunca he hecho. Y no
las has hecho porque lo lógico en no hacerlas. Pero de vacaciones nos volvemos
gilipollas.
Os pongo
una foto de la tirolina y de la garita desde donde se tiraban con la gomita.
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