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viernes, 4 de abril de 2014

Sitios y cosas peculiares de Peralta (2)

Ayer publicó el amigüito Jesús Navarro Zabal una foto de 1981 en la que se ve a un tajo de pintores del pueblo pintando las bóvedas de la Iglesia San Juan Evangelista de Peralta


Años antes ya se habían hecho reformas en la Iglesia. Evidentemente, dentro de las diversas fases de remozado que se hicieron, en una se incluyó pintar la bóveda central. Eran los años 60. La Iglesia y el poder político iban de la mano y la censura todavía era censura. Y las mujeres se bañaban en una zona del río y los hombres en otro.

¿Que qué tiene esto que ver con la pintura de la bóveda? Enseguida se destapa el misterio

Os podéis imaginar que el sistema de andamios actual ni siquiera había nacido en planos. Los magníficos y sencillos sistemas actuales de andamiaje tubular multieje ni se concebían. Entonces todo era preparar unos bidones, meter unos maderos tiesos, llenar el bidón de grava e irla mojando para que se compactara y a partir de ahí, a base de tablones, sogas y varillas roscadas, poco a poco ir elevando las plataformas.

Lo que ahora tres personas lo hacen en un par de días, entonces podía costar varias semanas. Y bastante menos seguro. Así que una obra que implicara montar andamio, en esas fechas, era para pensárselo

Y el buen párroco que regentaba la parroquia en aquellos años se lo pensó; y decidió pintar la bóveda central, como os he dicho. Así que contrató a un grupo de albañiles del pueblo, dentro del cual estaba mi buen y añorado padre, y se empezó con tan magna tarea.

Concluido el andamiaje los pintores hicieron su tarea. Y esta vez no fue un mero trabajo de pintura lisa, no señor. Hubo que pintar a los evangelistas, el cielo, las nubes, pájaros…. y unos angelitos con sus alitas revoloteando tocando pífanos y flautitas. Los pintores hicieron una tarea magnífica para aquella época y para los medios con los que contaban. Chorradas aparte, es complicado pintar sin perspectiva. Y lo hicieron muy bien

Se finalizó la tarea con todas las figuras prístinas y pulcras. Muy al gusto de una época en la que las libertades y la moral relajada aún iban a tardar en llegar a España unos años.

Pues eso, obra finalizada. Y se decide ya desmontar el andamio. De nuevo los albañiles vuelven a la Iglesia a efectuar tan ardua tarea. De desmontar la parte más alta se encargó el que entonces era un peraltés joven. Era muy ágil en aquella época.

Poco a poco el andamio fue bajando. Fue también tarea de días. Y ya con el andamio en el suelo el buen párroco procedió a conectar la iluminación de la iglesia y contemplar el resultado de tan esplendoroso trabajo. Al elevar la mirada al cielo y a la bóveda, un buen número de pares de ojos divisaron como uno de los angelitos mostraba sus atributos masculinos reproductores a la par de un pene tamaño estándar.

Al pobre párroco estuvo a punto de darle una apoplejía. Y claro, volver a montar el andamio para corregir tamaña herejía era impensable por el costo monetario que aquello conllevaba. Bueno, que al párroco hubo que administrarle sales para el mareo, que el querubín allí se quedó con su colita al aire y que semejante sacrilegio no se corrigió hasta que a los años se volvió a montar andamio (ya del moderno) para volver a pintar la cúpula
Evidentemente los pintores declinaron toda responsabilidad sobre semejante obscenidad.

A los albañiles hubo que ingresarlos en la UCI por falta de oxígeno por el esfuerzo  de contener las carcajadas.

El culpable nunca apareció.

Se sospechó del ágil joven que se encargó de desmontar el tramo de andamiaje más alto; pero él, muy digno y en su sitio, negó la mayor. La felonía quedó sin castigo. Pero bueno, también Miguel Angel Buonarotti tuvo que sufrir la incomprensión del Papa de la época cuando pintó la Capilla Sixtina. Y creo que podemos enorgullecernos de que en la católica España de los años 60, en la parroquia de Peralta se pintó un angelito con el pito al aire. Algo único en aquellas mojigatas épocas.

Saludos a aquellos albañiles y aquellos pintores. Hacían falta dos cojones para subirse a esos andamios. Y hacía falta tener una mente socarrona para hacer lo que aquel irreverente hizo.

Ni qué decir que yo sí conocí al culpable. Que jartás de reír cuando me lo contó.

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