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martes, 8 de abril de 2014

Capítulo nonagésimo quinto “Más vale caer en gracia que ser gracioso”

Ahhh, aquellos viajes por España sin rumbo ni causa. Que te planteabas ir a Segovia y acababas en Córdoba. No hay nada como viajar sin planes predeterminados.

Pues eso. Un viaje que íbamos a León pero nos fuimos a Toledo. La verdad es que es una ciudad muy bonita. Recogidica y todo cerca. Bien de comer, como no puede ser de otra forma en Castilla y con ese poso decadente que caracteriza a las ciudades mesetarias. Tiene una pega, que si vais con un poco de sobrepeso podéis acabar con la lengua a rastras por esas callejas en cuestas.

En el tema histórico no tiene desperdicio. Capital del reyno años ha, hogar de grandes artistas, sitio de confabulaciones y de cruentas batallas. Luego está la tontada esa de la “magnífica convivencia entre las tres culturas”. De eso no os creáis nada. Las cosas no eran mejor entonces que ahora. Cada una de las tres culturas se las apañaba lo mejor que podía para sobresalir por encima de las otras dos, y si de paso podía remolachar y joder a la competencia mucho mejor.

A un ritmo normal da para unos tres días de ver cosas. Si te apetece vivirla, puedes estar tranquilamente cuatro o cinco días. Y si eres un melón como lo éramos nosotros en aquellos tiempos, en día y medio ya tenías todo el plano pateado y tachado.

Hay un monumento que pilla un poco “fuera del mapa”. Por lo menos en esos años. Se trata del Hospital de Tavera. Y allí estábamos el segundo día a media mañana con todo el mapa tachadico.

“Que qué hacemos”
“Podemos ir a ver esto”
“Pues tira. Pues vamos”

Pilla a unos tres cuartos de hora de paseo desde el centro. Y era cuesta abajo. El cenizo de mi amigo iba venga a mascullar acordándose de que a la vuelta era cuesta arriba

“Quesque estoy mucho mucho gordo”
“La verdad es que sí. Pareces un tocino”

Llegamos al sitio. Una plaza un tanto desolada. El Hospital es un magnífico edificio renacentista. Buscamos la entrada. La encontramos. Una puerta como las de entrada a cualquier casa en un lateral y con un timbre de los de ding dong. Timbramos. Sale una señora de unos cincuenta años tras unas gafas de concha con unas agujas de hacer punto y la labor en las manos

“¿Qué queréis?”
“Queríamos visitar este edificio. Si es posible”
“Esto es privado. Vale trescientas pesetas entrar”
“Bueno. Tenga”

Pagamos y para adentro. Una gran sala con una gran cantidad de cuadros de la época barroca. Me giro y veo el Tiziano de Carlos I (el que sale en las botellas de coñac)

“Ostiaaaa. Este…. Este…..”
“Sí majo sí. Este es el bueno. Tiziano pintó tres copias. Una está en Roma, otra en el Prado y otra es propiedad de esta familia”
“La os…. Lo que tiene que ser estar aquí desayunando y viendo este cuadro”
“Debe ser decir: Ole mis cojones que rico que soy”

Se ve que a la señora le hizo gracia el comentario

“¿Os gusta la pintura? Os voy a enseñar otras zonas de la casa que normalmente no se muestran”

Y nos dio un paseo por todo el edificio. Cuartos y mas cuartos con Grecos, Riberas, Murillos…. Una auténtica pasada en pintura. El famoso cuadro de Diego Ribera “La mujer barbuda” es propiedad de esta familia. Nuestra guía nos contó que hacía poco tiempo se les solicitó para una exposición en Tokio. Para ello la empresa puso sobre el tapete un seguro por valor de veinte millones de euros. Es increíble la cantidad de pasta que tienen algunos, sea en moneda o en especies.

Y su única protección parecía ser una señora haciendo punto

Acabamos la visita en la cripta que también era magnífica. Y al salir topamos con otro grupo más numeroso que pretendía entrar. Intentaron regatear el precio con la señora, con eso de que eran grupo. Y preguntaron a ver si los dulces y tiernos niñitos de diecisiete años tenían que pagar y si había descuento a jubilados.

Nosotros seguíamos revoloteando por allí. La señora les cobró. Les pasó a la primera sala. Los bajó a la cripta y no les enseñó nada más. Y todo esto con una cara bastante avinagrada y arisca. Recordad amigüitos

“Educación y buenos modales abren puertas principales”

Ahhh, la casita y la pinacoteca en cuestión es propiedad de los duques de Medinacelli. Y merece la pena

Si es que tiene razón mi sobrino. Parezco el abuelo cebolleta.

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