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viernes, 27 de diciembre de 2013

De cómo Salazar trata a unos canallas



Pedro Salazar Ibiricu ha aparcado su DKV al final de un camino en un pueblo de la provincia de Zamora. Todavía afectado por el shock, Pedro baja de la furgoneta y toma aire.

En todos sus años de vida jamás se había enfrentado a un caso como el que le ocupa. Es cierto que a lo largo de sus viajes por el mundo ha conocido situaciones que rayan en lo asqueroso y que la han dado ganas de borrarse de la especie humana. Recuerda con especial desagrado un arrabal en las afueras de Nairobi, en la que dos millones de personas viven hacinados y la mierda circula por una zanja por entre las chabolas. Lo de hoy lo supera

Ni siquiera a Pedro se le había pasado por la imaginación que unos supuestos seres humanos pudieran llegar a tal extremo de degradación.

Todo ha empezado con la llamada de un hombre a quien ayudó con un caso en el que la justicia no fue tal y en el que Pedro puso punto y final. Este hombre siempre reprochó a Pedro su actitud, su lema de ojo por ojo y diente por diente.

“Pues viene en tu Biblia, mi buen amigo”.  Le dijo Pedro a ese hombre, un funcionario de policía, una tarde mientras tomaban una copa.
“Interpretas las cosas como a ti te interesa. No puedes ponerte por encima de la ley”
“Sabes de sobra que he acabado lo que vosotros no pudisteis. Y por degracia vivimos en un país en el que la ley ha sustituido a la justicia”

Y con esa frase se quedó el policía “Acabar lo que vosotros no pudisteis”. Es ese hombre el que avisó a Pedro, dándole una dirección y una hora.

“El GEO entrará a las 03:00 de la mañana. Si haces algo, para esa hora tendrás que haber desaparecido”

Tarea sencilla para Pedro. Una ganzúa, una careta antigás, un poco de gas de la risa y todos dormidos. Pero a Pedro no se le olvida la imagen de los niños atados a la cama al lado de un canasto de tranquilizantes y con un cubo para excrementos al lado. Totalmente drogados para que no dieran murga. Y en una caja fuerte los pasaportes de sus madres.

Pedro vomita en el camino al lado de la DKV. El asco le ha superado. Engañar a unas mujeres sudanesas con promesas de acabar con su miseria. Sacarlas de su país. Molerlas a palos y raptarles a sus hijos para obligarlas a putañear. Nunca a Pedro se le había ocurrido que la maldad humana llegara hasta este punto.

Abre el portón de la DKV y de dos tirones lanza dos cuerpos somnolientos al suelo. Todavía están bajo los efectos del gas. Adormilados. Pedro piensa actuar ya, pero opta por dejarlos recuperarse del todo para que sientan el dolor en toda su magnitud. Se le pasa por la cabeza acabar con ellos rápidamente, pero coge su teléfono y vuelve a mirar las fotos que ha tomado a los niños drogados. Esto le da fuerza y ganas, y le reafirma en que esta vez el castigo no es suficiente. Esta vez hay que vengarse

Una hora después la pareja ya está espabilada. Solo pueden murmurar a través de cinta americana que les tapa la boca. Pedro saca un taladro de batería de la caja de herramientas y le pone una broca del 12. Coje al primero del pie izquierdo, le dobla la pierna y directamente la taladra el lateral de la rodilla. Suelta el pie y repite la operación con la segunda pierna. Su colega se agita y sacude viendo la que le va a caer. Dos minutos después está como su socio, totalmente cojo. Pedro coge el martillo de bola y sin mediar palabra aplasta los cuatro pulgares. Ahora ya no podrán usar bastón.

Y sin mas, Pedro corta las ligaduras de los dos patibularios, les quita las mordazas y los deja abandonados en entre la maleza. No van a poder ir a ningún sitio y Pedro sabe que no hay nadie en treinta kilómetros a la redonda y que en esta época del año no hay excursionistas. Hay otros habitantes del bosque, los que fueron dueños y señores de la península ibérica hace cuatro mil años y ahora vuelven a reinar en los montes abandonados de Zamora. Van a ser estos moradores los que acaben el trabajo.

Que se encarguen las fieras de ellos. Estos lo harán por que es su naturaleza. Los otros lo hicieron por maldad pura y dura.

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