Vacaciones se Semana Santa por
la España profunda. La época en la que todavía los amogollamientos en Semana
Santa no eran por toda la península. Aún quedaban sitios en los que se podía
disfrutar de la tranquilidad y sin colas.
Elegimos para esas vacaciones el
Valle del Jerte. Hoy es un destino turístico por excelencia, y mira que es
bonito. Pero también parece que a fecha de ahora si no has visto
“elmaravillosoespectaculodeljerteconloscerezosenflor” no eres nadie ni nada en
el mundo de los viajeros.
Pues yo no he visto ese
espectáculo, hala. Y es estado unas cuantas veces por ese andurrial. Pero ya, a
mis treinta y pocos años, me he vuelto un viajero un poco atípico. Huyo del
turismo cultural y del de paisajes. No me aporta nada. Sin embargo disfruto de
viajar a sitios donde la gente es diferente. Y en aquellos años, en Extremadura
se notaba diferencia. A fecha de hoy, afortunadamente para esa región, ya no.
Pero bueno, a lo que vamos
Habíamos preparado para comer un
repugnante rancho que consistía exclusivamente en patata cocida con un cordero
que debió ser mascota de Viriato, el pastor lusitano. Como os digo, estaba
asquerosamente malo. En mi vida he probado algo tan grasiento y espeso. Pero
bueno, como había hambre el instinto de supervivencia te empuja lejos. Comimos
lo que pudimos.
Y tras esa experiencia culinaria
tan amarga, se impuso un paseo para hacer la digestión de tan insigne carnero.
Estábamos en mitad de un valle, al fondo de un camino sin asfaltar y al lado de
un riachuelo. Cogimos un mapa (craso error) y vimos que en lo que parecía cerca
había un molino. Así que nos pusimos en marcha para localizar tamaña
construcción. Parecía que estaba al otro lado del valle (jejeje)
Al poco rato, ya estábamos como
siempre, o sea, perdidos y desorientados. Se impone la cordura
“Si hemos subido, bajamos por
aquí y llegamos al camino. Luego tomamos el camino en dirección ascendente y
llegamos a los coches”
Parecía lógico. Y así
procedimos. A bajar a la brava por la ladera boscosa y matorralosa. Al poco
rato vimos el camino. Y yo, de un grácil salto me planté en mitad del mismo con
la sensación de victoria.
Me giré y contemplé el
espectáculo de un jovenzuelo con gafas y con los pantalones por los tobillos,
en cuclillas, con un papel en una mano y con una caca aún humeante debajo de
las nalgas. Y con cara de absoluta sorpresa al haber sido pillado en tan
indecorosa posición.
Lo miré
Me miró
Y fue cuestión de décimas de
segundo. Ni lo pensé. Lo juro por lo más sagrado que lo hice sin pensar. Me
eché la cámara al ojo, apunté, enfoqué y disparé. Y obtuve una fotografía del
alegre lugareño en esa situación tan humillante.
Al pobre hombre se le puso una
cara tremendamente triste. Entreabrió la boca intentando como clamar por su
dignidad. No podía articular palabra ante la felonía de la que había sido
víctima. Creo que intentó suplicar que no lo inmortalizara en esa posición. Pero
no. Se ganó la foto.
Segundos después apareció otro amigüito que iba conmigo. Al
contemplar mi fechoría se dio media vuelta. Yo lo seguí y allí se quedó el
pobre hombre que no daba crédito a lo que le habían hecho
“Algún día nos van a partir la
cara por tu puta culpa. No tienes idea buena”
“Jo. Quesque lo he hecho sin
pensar”
“Mira que tienes una mente
retorcida ehhhh. Bueno, ya me enseñarás la foto”
“Bueno. Ya la verás”
Acabó el día entre copas, risas,
comentarios del hecho, más risas y muchas más risas. Y todo el mundo diciendo
que qué malas ideas tenía. No fue una idea, lo rejuro. Fue algo instintivo. Si
lo pienso, no lo hago.
No sé que fue del caganet.
Supongo que no me habrá olvidado. Creo que ese día vio al demonio encarnado en
mi persona.
No soy tan malo. De verdad. Un
poco travieso a veces
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