Pedro Salazar Ibiricu, llevado
por su alto nivel de civismo, ha decidido cumplir las normativas vigentes en
torno al reciclaje doméstico. Provisto de los manuales de reciclaje de la
mancomunidad donde reside y de su sentido común, toma su DKV y se dirige a una
ferretería de su pueblo a comprar lo necesario. Pedro siempre que puede compra
en los comercios de su villa.
Adquiere un cubo azul para los
envases de plástico, otro amarillo para los de vidrio, otro marrón para el
resto y una pequeña estantería para el
papel y cartón. Pedro regresa a casa y deja el marrón bajo la fregadera y los
otros en el balcón. La estantería en la bajera.
A los días recibe una carta
diciendo que hay que separar lo orgánico del resto de la basura. Pedro toma su
DKV y se dirige a la ferretería. Compra otro cubo negro para el orgánico.
Vuelve a su casa y se encuentra con que no le caben los cubos bajo el
fregadero. Pedro monta en su DKV y va a una tienda de cocinas. Encarga un
mueble de fregadero mayor con capacidad para dos cubos
Un mes después recibe una carta
de la mancomunidad solicitando su colaboración para separar los tetrabrikes.
Pedro toma su DVK y compra un nuevo cubo para los bricks. Vuelve a su casa y lo
deja en la bajera. La DKV no cabe ahora en la bajera. Así que decide dejarla en
la calle aparcada. Como no tenía tarjeta de residente, Pedro tiene que sacar la
dichosa tarjeta. Suponen 313 euros al año. Pero a Pedro le da igual, todo sea
por la ecología y el medio ambiente.
A la semana siguiente le
solicitan separar el aluminio del resto de la basura. “Tapas de yogurt y
similar”, le reclaman, “y bien lamidas, por favor”, matizan. Pedro coge su DKV
y va a comprar otro cubo. Vuelve y no le entra en la cocina. Pedro decide
cambiar su piso de toda la vida por una casa. Eso sí, solicita que tenga una
habitación para los cubos de reciclaje y estanterías de papel y cartón. Pedro
tiene ahora siete cubos, una gran estantería y una hipoteca a 30 años.
Un mes más tarde le comunican
que el sistema de recogida se cambia. Sólo puede sacar la basura a una hora muy
determinada. Como Pedro a esa hora se encuentra cuidando su negocio de
achicorias (no olvidemos que es el magnate mundial de este cultivo), tiene que
recurrir a contratar a una persona para el menester
“Bueno, otro puesto de trabajo”.
Piensa Pedro. Pedro es un hombre colaborador. Pero ya le empieza a parecer
excesivo esto del reciclaje.
Otro mes más tarde la
mancomunidad le comunica que las bolsas deben ser homologadas y personales, para
poder identificar a los infractores. Así que toma su DKV y se dirige a las
oficinas de la mancomunidad (que están a 53 kilómetros) y recoge bolsas
etiquetadas con su nombre y apellidos y DNI para el orgánico y la basura, para
el vidrio, el aluminio, el papel, los bricks… y cada bolsa le cuesta el triple
que las que compraba en la ferretería de su pueblo, que está a 63 metros de su
casa.
Al poco le llega una multa por
tirar en su bolsa homologada y personal un vaso de cristal roto en el vidrio.
Pedro no sabía que el cristal del vaso no va al vidrio. Recibe una multa de 350
euros y una carta en términos muy duros afeándole su incívica y poco
colaboradora conducta. Pedro sufre una taquicardia y tiene que ir a urgencias.
Le diagnostican un ataque de ira pasajero.
A todo esto la Mancomunidad de
Residuos de su Comarca ha construido nuevas instalaciones y ha contratado a
dieciséis personas, dos capataces, un monitor y un encargado para inspeccionar
las basuras y comprobar el correcto contenido de cada paquete. Esto ha supuesto
un incremento de un 63,28% en el recibo domiciliario y un 72,06% en el
industrial.
Semanas más tarde, mientras
Pedro descansa en su sillón, la puerta de su vivienda salta por los aires. Un
grupo del GEO cubiertos con pasamontañas entra en su casa y lo esposan. Lo
meten en el GEOfurgón y lo llevan ante el juez Grande-Marlaska.
“Lo siento señor Salazar. Se le
acusa de tirar el cadáver de una mosca al orgánico”
“Pero señor, una mosca es
orgánico”
“Si, pero esa mosca falleció por
insecticida, no de un chancletazo. Y estaba contaminada por epiretrinas. Lo ha
determinado un laboratorio de California. Debería haberla depositado en la
basura no orgánica. Tiene que pagar una multa de 4.000 euros más otros 85.236 euros
que ha costado el análisis.”
Pedro paga la multa y el analísss,
acepta la condena de dos años (no va a la cárcel por no tener antecedentes) y
se va.
Pedro se ha cansado. Toma su
DKV, se dirige al aeropuerto de Barajas y saca un billete a los montes Altai.
Decide instalar su residencia en tan plácido lugar y hacer con la basura lo que
le salga de los cojones.
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