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martes, 30 de julio de 2013

A ver si me van a señalar a mí



Una anécdota curiosa que me sucedió en mis años estudiantiles en Burgos. Qué tiempos sniff, sniff, buahh, buahh

Fui a renovar el carnet de identidad. A comisaría. Y me tuve que hacer fotos. Para lo cual, salí de casa duchado, perfumado y afeitado. Como un pincel iba yo. Tan guapo.

Fui a una tienda de fotos (huyo del fotomatón, siempre y para todo profesionales) y oye, tan majo me sacaron. Aun mejoraron mi ya magnífico aspecto.

Provisto de las fotografía me dirigí a comisaría. Y allí estaba yo rellenado los impresos cuando un amable funcionario de paisano (supongo que era poli) se dirige a mí

-Hola
-Hola
-¿Tienes mucha prisa?
-No, solo tengo de tarea por la mañana sacarme el carnet.
-Pues mira, te cojo la huella y deja aquí todo en manos de este compañero y te olvidas del asunto que él se encarga de todo ¿Puedes echarnos una mano?

Yo pensé que habría que mover algún armario o algo así. Sigo al eficiente funcionario y nos dirigimos a los sótanos. Pasamos varias puertas y llegamos a un cuarto con un espejo grande. El funcionario me entrega una chapa de unos 20x20 cm con un número. Un cinco. Me acordé del verso, “cinco, en el culo te la hinco”. Y poco después aparecen más señores con el uno, el tres…. supongo que compañeros del anterior. Todos pulcramente vestidos y afeitados.

Minutos después traen a dos elementos esposados. Barba de tres días, uno con mocos en la nariz, bastante desaliñados, con legañas y con claros síntomas de que no habían catado la ducha desde hacía tiempo.

Una rueda de reconocimiento amigüitos.

La verdad es que no se que habían hecho esos dos pájaros, pero yo me moría de risa (interiormente) al ver a dos desaliñados entre seis gentlemen ingleses. Como para no acertar estaba la cosa.

Era surrealista, todos mirando hacia el espejo

-El seis, intercambie su sitio con el uno
-El tres, muévase dos puestos a la izquierda

Y así un rato.

Me hice amigo de uno de los presuntos. Me dio un número de teléfono que era el de su casa y me pidió que llamara a su madre. Que le llevara algo de comer y una chaqueta.

Y como para eso están los amigos, memoricé el número como en las películas y cuando salí de comisaría en la primera cabina paré y llamé. Conté a la señora lo que ocurría y la petición de su hijo. Por su voz deduje que era bastante mayor

Aunque la situación fue entre graciosa y esperpéntica no me hizo ninguna gracia cuando la pobre señora me preguntó

-¿cuándo va a salir mi hijo?
-No lo sé buena mujer. Simplemente le digo lo que me ha pedido

Y colgué acordándome de los disgustos que los hijos damos a los padres. Y a las madres. Toda una experiencia.

¿A que nunca habéis estado en una rueda de reconocimiento? De gracioso tiene poco la verdad.

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