M.B. está relajado y tranquilo,
muy a gusto. El fuego de campamento es propicio para eso y el lugar donde él se
encuentra, el delta del Okavango, en Botswana, más aún
El gran pantanal africano, un paraíso
de la biosfera y la meca de cualquier cazador. Su meca. M. B. recuerda sus años
de gloria con añoranza. Siempre que le preguntan qué echa de menos de ese
tiempo responde los mismo: mandar y las adulaciones. Recuerda sus inicios y
como poco a poco fue ascendiendo. Y recuerda el culmen de su poder, la
presidencia de una de las grandes cajas de ahorro españolas
Uno de pilares del éxito es la
pura y dura suerte, y M.B. siempre se ha considerado un hombre afortunado. Ha
sido la suerte la que le ha hecho rodearse de otros que han triunfado en
política y él se ha sabido aprovechar de esos triunfos. Amén de que no es un
hombre cicatero, siempre se le ha reconocido por la largueza en sus recopensas
por los favores otorgados
Sonrie mirando el fuego y recordando el destino que ha tenido un juez que
osó mandarlo a la cárcel. Tampoco le guarda rencor, él se considera por encima
de esos sentimientos humanos. Pero eso es una cosa y otra es perdonar. Y M.B.
jamás ha perdonado a nadie.
Sonrie al recordar las imágenes
de políticos de uno y otro partido reclamando justicia sobre su caso. Puro teatro. Todos han comido de su
mano y de todos conoce secretos. Si algo tienen claro es que tiene que pasar
por un pequeño calvario mediático, pero que ni él ni su patrimonio van a verse
menguados
M.B. está a gusto en Africa. Esa
inmensidad y el poder que confiere llevar en las manos un gran rifle express
para abatir fieras no se puede comparar con nada. Una jornada de caza
disfrutando de privilegios que algunos ni con dinero pueden comprar es
impagable. M. B. se dirige a su guía de caza. No es el habitual, uno nuevo,
pero muy buen profesional como le ha demostrado a lo largo de estos veinte días
“Mañana quiero salir al veld
alto. Quiero intentar matar un león en ese terreno, entre las malezas altas”
“Disculpe señor. Cazar ahí es
una irresponsabilidad. Estaremos en inferioridad frente a cualquier gato
grande. No lo veremos hasta que esté encima. Y probablemente los cazados seamos
nosotros”
“Quiero emociones fuertes. Se
supone que usted es un buen guía de caza y para eso le pago lo que le pago”
“Paga por cazar y paga por que
yo lo mantenga a usted con vida. Eso que pretende es muy arriesgado”
“Lo dicho. Mañana quiero cazar
en el veld”
Al día siguiente de madrugada
inician la jornada. M.B. y su guía. Solos. El resto de la expedición no quieren
ni oir hablar de semejante locura. Meterte entre la hierba de más de dos metros
de altura buscando a un par de viejos leones machos que ya han matado a varios
nativos es un suicidio. Y todo por el afán de hacer algo que el resto de los
mortales no se atreve. Pero M.B es de todo menos un cobarde, y siempre le ha
gustado presumir de hacer lo imposible.
Una hora de todoterreno e inicio
de la caminata a pie. En diez minutos empiezan a sudar como bestias. M.B.
empieza a pensar que quizás se le ha ido la mano. Cazar en este terreno es un
suicidio. Ve a su guía a su derecha y cree oir un rumor a la izquierda. Se encara el rifle y vuelve de nuevo la
cabeza a la derecha buscando el apoyo de su guía. Pero no está.
“¿Qué pasa aquí?”
Lentamente mueve el arma
trazando un arco. De repente su oído se ha vuelto mucho más fino y sonidos que
antes no apreciaba ahora resuenan en su cráneo. Su respiración se acelera y la
adrenalina fluye por la sangre. Y vuelve a localizar a su guía. Sus miradas se
cruzan. Pero advierte que no lo mira a él, que mira tras él. Y curiosamente
tiene el rifle bajo. Gira la cabeza y lo único que advierte son dos sombras que
se le vienen encima, precedidas de unas garras y unos colmillos. Es lo último
que M.B. ve antes de que dos viejos leones le caigan encima
El guía retrocede despacio. No
hay peligro, las fieras tienen lo que querían, alimento. Ve como uno de los
leones abre el paquete intestinal de un zarpazo y oye el sonido del cráneo al
reventar bajo las poderosas mandíbulas del segundo
Vuelve al campamento y narra lo
sucedido a la esposa de M.B. por teléfono satélite. Nada se puedo hacer y su
marido murió haciendo lo que le gustaba.
“Eso es un pobre consuelo. De
todas formas estoy segura de que con usted estuvo en muy buenas manos y que sus
servicios son los mejores que se pueden contratar en África.”
“Hago lo que puedo señora. Mis condolencias”
“Muchas gracias señor Salazar”
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