Senegal es un país que admite
dos tipos de viajes. Tiene unas playas que no tienen nada que envidiar a las
mejores playas caribeñas y un interior con una vida y unos cuadros humanos
alucinantes. O sea, puedes ir de relaxing total o a trotar por esos caminos de
manitú. El nivel de hotelazos en la costa es impresionante, y está a escasas
cuatro horas desde aquí.
Yo el Caribe no lo conozco, pero
en el viaje coincidí con compañeros que sí y decían que es incluso mas
divertido Senegal. Así que ya sabéis amigüitos, si os apetece unas vacaciones
de playa y no conocéis Africa animaos, que merece la pena
Dicho sea esto, por lo cual el
Ministerio de Turismo de Senegal me ha metido unos cuantos billetes de los
grandes en el bolsillo, paso a contaros una de las mejores experiencias que
tuve en ese viaje
El viaje ya estaba de capa caída
en cuanto al tiempo, ya habíamos pasado el ecuador del mismo. Y nos
encontrábamos en la región de Casamance, centro neurálgico mundial del
cacahuete. Esta región es muy fértil y riquísima desde un punto de vista
agrícola, y dicen los habitantes que hay mucho petróleo y diamantes en sus
tierras. Esto lo he oído en todos los países africanos que he visitado, o sea
que tampoco les hagáis mucho caso cuando os cuenten ese rollo.
Esta región senegalesa está
separada del resto el país por un invento colonial que se llama Gambia, que es
una cosa que los de Su Graciosa Majestad se quedaron para hacerles la vida
imposible a los francoises. Y entre que están físicamente separados y que son
más ricos que el resto del país, como no, ha surgido un movimiento separatista.
Y como todo buen movimiento separatista que se precie de serlo tiene su brazo
armado que se dedican a los atentados, al asesinato, secuestro y extorsión en
todas su modalidades.
Por eso Casamance estaba
militarizado. Era la pega de aquel viaje, que cada pocos kilómetros te paraba
un control y se subía un militar al bus a echar la ojeada y de paso algún
billete al bolsillo de la camisa. Pero bueno, ya lo decía Shakira
“Porquestoesáfrica….”
Dentro de Casamance hay un
paraíso que es la “isla de caravane”. Una islita en la desembocadura de un río
de aguas muy tranquilas. Unas playas alucinantes y una vegetación increíble. Y
buena gente, fundamentalmente pescadores. Pues eso, que llegamos a la isla en
cuestión en unos botes de madera. Equipaje, el justo para un par de días (yo
evidentemente, con menos del justo. Que placerrr…..)
El alojamiento era, dejémoslo,
en austero. Tampoco se puede pedir más para un sitio donde el acceso es en
botes. Pero limpio y con cierto gusto decorativo. Un sitio salao.
Total que dejo los trastos y me
bajo al río a lavarme. Había unos lugareños que se identificaban perfectamente,
quizás por el color de su piel. Les chocó ver a un blanco restregándose en el
río y empezó la charla. Que se iban a coger berberechos. Pues yo con ellos.
Fue algo tan sencillo como ir
caminando por la playa hasta donde empezaban los manglares. Y allí, cortar una
rama de las sumergidas, sacarla del agua y sacudirla en un cubo de plástico. Y
empezar a caer berberechos de las ramas. Oye, todo un descubrimiento.
Por la noche y aprovechando la
marea cerramos con unas redes un trozo de playa. Poco a poco fuimos empujando
la red hasta la playa y allí recogimos redes y todo tipo de pescados conocidos
y por conocer acabaron en la arena.
La verdad es que de deportivo
tenían poco estas artes de pesca, pero yo me lo pasé en grande. Me recordó el
tresmallo y la remanga que utilizaban los depredadores del río (entre ellos mi
buen padre) después de las crecidas del arga.
Merece la pena conocer esta
parte del mundo. Y si tenéis que preparar unas oposiciones y buscar un sitio
tranquilo para eso, os recomiendo esta isla. Solo tiene una desventaja, que por
la noche no podréis estudiar, no hay luz eléctrica. Tampoco la eché en falta
Un enlace al paraíso
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