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martes, 12 de noviembre de 2013

De cómo Salazar se enfrenta a la mancomunidad y pierde



Pedro Salazar Ibiricu se dirige en en su DKV desde el aeropuerto de Madrid a su pueblo. En su tranquilo retiro de los montes Altai ha recibido un aviso de su secretaria Mrs. Green referente a una avería en una acometida de agua de una casa que posee en el municipio de Peralta. Así pues, ha tomado su avión privado Gulfstream G550 y se ha encaminado de nuevo a España.

El tono de Mrs. Green no era tranquilizador. Le ha dicho su eficiente secretaria que o volvía él en persona a arreglar el tema ese “de la puta acometida” o que se despedía. A Pedro le ha extrañado el leguaje de su secretaria, pulcra mujer educada en los mejores colegios suizos. Y ha decidido ir en persona a solucionar lo que cree que es una tontería

Recuerda que su padre tuvo un problema similar cuarenta años atrás, y que fue el encargado de la brigada municipal y en tres cuartos de hora lo solucionó. Así que le extraña que semejante nimiedad haya sacado a Mrs. Green de sus casillas.

Llega a Peralta y se dirige a las oficinas municipales. Le atiende un amable oficinista

“¿Qué desea?”
“Tengo un problema con una vieja acometida de agua en una casa antigua. A ver si puede pasar el de la brigada a verlo”
“Lo siento, ahora el tema lo lleva la mancomunidad. Tenga el teléfono y llame”

Pedro sale de las oficinas y observa por el rabillo del ojo que el amable oficinista está muerto de risa. Bueno, a Pedro le gusta que la gente sea feliz. Llama al número. Le atienden y concierta una cita con un empleado de la mancomunidad para el día siguiente

Puntual como un reloj, al día siguiente aparece el operario. 

“No es cosa nuestra, es una acometida vieja. Lo nuestro es hasta aquí, este trozo es cosa suya. Lo siento”
“¿Y entonces qué hago?”
“Llame a la oficina de la mancomunidad y que le den un certificado de que la avería es cosa suya y con eso vaya al Ayuntamiento para que le autoricen a abrir la calle para reparar”

El amable operario se monta en su fragoneta y se va. A Pedro le extraña que se vaya partiéndose de risa. Pedro llama de nuevo a la Mancomunidad y explica la situación. La amable oficinista le indica que le mandará el certificado, pero que lo tiene que firmar un ingeniero que no está hasta dentro de una semana y el gerente que se encuentra de vacaciones

Quince días después (a todo esto la acometida sigue chorreando agua) Pedro, certificado en ristre vuelve al Ayuntamiento. Le autorizan a la apertura de la calle, pero previo a eso debe enterarse de por donde pasan los siguientes servicios, no sea que los rompa:

Electricidad, fecales, pluviales, gas, teléfono, fibra óptica, agua, red de Ono y tomas de tierra de edificios colindantes. Además, como en esa zona el alcantarillado es de Uralita, necesita una empresa especializada en tratamientos de este material. Y un fontanero autorizado por Gas Navarra para el cruce con sus instalaciones. 

Pedro pacientemente recopila toda la documentación y los certificados. Ha tenido que ir al archivo general de Navarra para enterarse de por dónde iba el saneamiento, pero ya provisto de todos los papeles vuelve a las Oficinas Municipales. Han pasado otros veinticuatro días

“Es que ha cambiado la normativa. Además de todo esto necesita un informe de la Confederación Hidrográfica del Ebro diciendo que no afecta a cauce público y de AENA, la gestora de aeropuertos. Es que hubo problemas en Noáin con un tema parecido y afectó al aeropuerto”
“Pero estamos a sesenta kilómetros del aeropuerto”
“Es que necesita un certificado diciendo que la obra que usted va a realizar está a sesenta kilómetros y que no les afecta”

Pedro sale a la calle desesperado y se apoya en uno de los pilares de caravista del porche y empieza a llorar. Gruesas lágrimas resbalan por sus mejillas. Ahora comprende a Mrs. Green

“Coño Pedro ¿Qué vida?”

Quien tan afablemente le saluda es un operario de la brigada de obras del municipio. Pedro le relata todo lo que le ha acontecido, que lleva ya tres meses intentando reparar la acometida y que no hay manera

“Venga hombre, no te preocupes. Vamos un momento y la arreglamos”

Pedro monta en la DKV del operario, van a su casa y el amable empleado, armado de una llave de perro, repara la acometida en veintiséis segundos

“Hala, ya está. Venga Pedro, hasta luego”
“Espera joder, vamos a echar un café por lo menos”
“No, que ando con prisa. Y vete ahorrando, que cuando te llegue la factura del agua por tres meses de escape, prepárate”

Veinte días después Pedro es ingresado en la UVI con tres infartos. Le ha llegado la factura del agua, cuatro mil doscientos euros, más una multa de quince mil por despilfarro de tan preciado líquido.

Pedro decide volver a los montes Altai, a su tranquilo retiro.

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