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martes, 5 de noviembre de 2013

Capítulo octogésimo segundo “a veces nos pasamos de rancios”



El viaje de ida a Noruega ya fue una aventura en sí. Salir de casa hasta Hendaya, allí tomar un tren a París, cambio de estación a través del metro y otro tren nocturno hasta Hamburgo. Y una vez en Hamburgo, DKV y a Noruega.

Ese era el plan. Ja ja ja. En previsión de que todo en Noruega vale como aquí pero multiplicado por cinco íbamos cargados como animales de comida envasada al vacío y enlatada desde aquí. Calculo así, a bote pronto, que llevábamos nuestro equipaje mas unos quince quilos de comida por cabeza. Iba de todo: botes de alubias y garbanzos, un jamón deshuesado y al vacío, alguna botella de whisky, rastras de chorizo, macarrones… vaya, como para una guerra. Durante los preparativos uno dijo de llevar vino. E hizo las siguientes cuentas:

“Somos cinco, y vamos veintiún días. Una botella para comer y otra para cenar. Son cuarenta y dos litros de vino lo que hay que llevar”

Evidentemente lo mandamos a la mierda. Cualquiera carga con cuarenta y dos litros de vino.

Todo convenientemente empaquetado en dos sacos que llevábamos entre dos y una barquilla de plástico que cargaba otro. Imaginaos el plan por el metro de París, corre que te corre para  poder coger el tren. 

En esto, los hados se confabulan contra nosotros y anuncian por megafonía que una persona se había tirado a las vías del metro en una estación y que había retraso. Uno de nosotros

“Joder, ya se podía haber tirado ayer, que oportuno el tío”

Total que veíamos que no íbamos a llegar a tiempo. Encima verano y cargados como mulas y sudando como descosidos. Y el de la barquilla que ya no puede más de cargar con ella

“Que le den por el culo a la barquilla, que estoy hasta los cojones de ella. Aquí la dejo”

Y allí se quedó una barquilla llena de botes de garbanzos y alubias del Jae. Encima de un banco en la estación de metro.

Como os digo, no llegamos a tiempo. Fue por segundo, vimos salir nuestro tren pero no lo cogimos. Como somos hombres de recursos fuimos a la ventanilla y sacamos billetes para un TGV que corría como una bala. Arrepasamos al nuestro y en Amberes lo esperamos y nos subimos. Imagináos cinco elementos, sudados y sin duchar ni cambiar en dos días, cargados como sherpas y metidos en un departamento de coche cama. Una pobre chica le tocó compartir con nosotros el habitáculo, pero lo hizo por poco rato. Salió al pasillo y allí pasó la noche. Algo me pareció entender entre “pigs” y “dirty people” (cutos y puercos nos llamó). No se lo tuvimos en cuenta

Bueno, que llegamos a Hamburgo y cogimos la fragoneta y empezó el viaje de verdad. 

Imagino el follón que se montaría en la Garé du Nord en París con los artificieros acordonando la barquilla de botes del Jae. Es que encima tocó años en los que había atentados en el metro y la poli estaba muy, digamos, sensible.

Seguro que fueron los artificieros.

Ahh, que se me olvidaba. Al final del viaje, en el fondo de uno de los sacos apareció el hueso del jamón. Lo habíamos paseado por todo Europa. Encima lo descubrió uno de nosotros que es el que más mala leche tiene y el que le había tocado cargar con ese saco. Menuda sarta de pecados echó por su boca a cuenta del hueso

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