Pedro Salazar Ibiricu ha
aparcado su DKV al final de un camino en un pueblo de la provincia de Zamora. Todavía
afectado por el shock, Pedro baja de la furgoneta y toma aire.
En todos sus años de vida jamás
se había enfrentado a un caso como el que le ocupa. Es cierto que a lo largo de
sus viajes por el mundo ha conocido situaciones que rayan en lo asqueroso y que
la han dado ganas de borrarse de la especie humana. Recuerda con especial
desagrado un arrabal en las afueras de Nairobi, en la que dos millones de
personas viven hacinados y la mierda circula por una zanja por entre las
chabolas. Lo de hoy lo supera
Ni siquiera a Pedro se le había
pasado por la imaginación que unos supuestos seres humanos pudieran llegar a
tal extremo de degradación.
Todo ha empezado con la llamada
de un hombre a quien ayudó con un caso en el que la justicia no fue tal y en el
que Pedro puso punto y final. Este hombre siempre reprochó a Pedro su actitud,
su lema de ojo por ojo y diente por diente.
“Pues viene en tu Biblia, mi
buen amigo”. Le dijo Pedro a ese hombre,
un funcionario de policía, una tarde mientras tomaban una copa.
“Interpretas las cosas como a ti
te interesa. No puedes ponerte por encima de la ley”
“Sabes de sobra que he acabado
lo que vosotros no pudisteis. Y por degracia vivimos en un país en el que la
ley ha sustituido a la justicia”
Y con esa frase se quedó el
policía “Acabar lo que vosotros no pudisteis”. Es ese hombre el que avisó a
Pedro, dándole una dirección y una hora.
“El GEO entrará a las 03:00 de
la mañana. Si haces algo, para esa hora tendrás que haber desaparecido”
Tarea sencilla para Pedro. Una
ganzúa, una careta antigás, un poco de gas de la risa y todos dormidos. Pero a
Pedro no se le olvida la imagen de los niños atados a la cama al lado de un
canasto de tranquilizantes y con un cubo para excrementos al lado. Totalmente
drogados para que no dieran murga. Y en una caja fuerte los pasaportes de sus
madres.
Pedro vomita en el camino al
lado de la DKV. El asco le ha superado. Engañar a unas mujeres sudanesas con
promesas de acabar con su miseria. Sacarlas de su país. Molerlas a palos y
raptarles a sus hijos para obligarlas a putañear. Nunca a Pedro se le había
ocurrido que la maldad humana llegara hasta este punto.
Abre el portón de la DKV y de
dos tirones lanza dos cuerpos somnolientos al suelo. Todavía están bajo los
efectos del gas. Adormilados. Pedro piensa actuar ya, pero opta por dejarlos
recuperarse del todo para que sientan el dolor en toda su magnitud. Se le pasa por
la cabeza acabar con ellos rápidamente, pero coge su teléfono y vuelve a mirar
las fotos que ha tomado a los niños drogados. Esto le da fuerza y ganas, y le
reafirma en que esta vez el castigo no es suficiente. Esta vez hay que vengarse
Una hora después la pareja ya
está espabilada. Solo pueden murmurar a través de cinta americana que les tapa
la boca. Pedro saca un taladro de batería de la caja de herramientas y le pone
una broca del 12. Coje al primero del pie izquierdo, le dobla la pierna y
directamente la taladra el lateral de la rodilla. Suelta el pie y repite la
operación con la segunda pierna. Su colega se agita y sacude viendo la que le
va a caer. Dos minutos después está como su socio, totalmente cojo. Pedro coge
el martillo de bola y sin mediar palabra aplasta los cuatro pulgares. Ahora ya
no podrán usar bastón.
Y sin mas, Pedro corta las ligaduras
de los dos patibularios, les quita las mordazas y los deja abandonados en entre
la maleza. No van a poder ir a ningún sitio y Pedro sabe que no hay nadie en treinta
kilómetros a la redonda y que en esta época del año no hay excursionistas. Hay
otros habitantes del bosque, los que fueron dueños y señores de la península
ibérica hace cuatro mil años y ahora vuelven a reinar en los montes abandonados
de Zamora. Van a ser estos moradores los que acaben el trabajo.
Que se encarguen las fieras de
ellos. Estos lo harán por que es su naturaleza. Los otros lo hicieron por
maldad pura y dura.
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