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viernes, 13 de diciembre de 2013

Capítulo octogésimo octavo “Siempre hay clases”

Mi viaje a Nepal para mí fue un antes y un después. No por la tontería esa de la “espiritualidad que se respira” ni chorradas de esas. Treinta días caminando por un vergel, entre las montañas más altas del mundo, en buena compañía y sin prisas te cambia aunque no quieras.

Es una especie de camino de Santiago pero a lo bestia. La verdad es que hay que estar en buena forma para acometer la aventura. A mí me pegó una tendinitis de caballo a mitad del trayecto, y tuve que estar tres días apretando los dientes en cada paso de bajada de cómo me dolía una rodilla. Pues eso, a base de pomadas y bastón se bajó la inflamación, por que buscar un centro de salud ni que pensar en ello. Te das cuenta de lo desamparado que puedes llegar a estar cuando la mas mínima molestia te puede dejar tirado.

Aunque parezca mentira el Parque Nacional del Everest no es un sitio muy visitado. Creo que tiene una afluencia de unos diez mil visitantes al año. Pensad que seguramente en una semana en verano el pirineo lo duplica. Así que lo que os digo, un sitio muy recomendable para los paseantes que deseen conocer paisajes y gentes nuevas y sin aglomeraciones.

La fauna humana con la que te cruzas es de lo más variopinta. Ya os hablé del americano ese que tenía todo el aspecto de pacificador-espía de la CIA y del noruego millonario y ultradeportista.

Nos tocó otra pareja que llevaba aproximadamente la misma ruta y los mismos tiempos. Chico y chica, británicos de pura cepa. No sé si eran los Duques de Edimburgo o más. Viajaban como se supone que viajaban los viajeros de mitades del siglo XIX con las mejoras del XXI. Me explico

El y ella iban perfectamente conjuntados con lo último en ropa técnica para el monte de la mejor marca que entonces había. Unas botas punteras y mochilitas estupendas. Digo mochilita porque creo que más de un forro polar y una cantimplora no cabían. Y los dos con el mismo modelo de ropa. Estaban para comérselos.
Iban ayudados por no menos de diez porteadores que llevaban su equipaje, para que alucinéis. Cocinero, ayudante de cocina y jefe de expedición. Tienda de campaña con ducha. Su tienda de dormir, que cabías perfectamente de pie y otra tienda que hacía las veces de cuarto de estar. Y luego las tiendas de los porteadores.

Nosotros íbamos durmiendo en las pensioncitas que encontrabas en los pueblos. Ellos llevaban un campamento que ya lo quisiera para sí el duque de Inglaterra cuando hizo el treckking del Annapurna.

Así pues, para cuando llegaban al final de cada etapa ya les habían montado el campamento. Entonces se metían en su tienda de ducha. De ahí salían perfectamente acicalados y limpios como una patena. Y lo mejor, el con un traje inglés de Saville Road y ella vestida que parecía Laura Ingalls (os acordáis, de la casa de la pradera). Yo creo que cada día llevaban una ropa distinta.

Para ese momento el cocinero les había montado una mesita y dos sillas mirando hacia la puesta de sol. Se sentaban el caballero y la dama y les servían un té con pastas y allí tomaban su té de las cinco. Era alucinante.

Por la noche se retiraban a sus aposentos y por la mañana ya les habían preparado un delicioso desayuno inglés con huevos, bacon y alubias. Doblemente alucinante.

No sé la pasta que tendría aquella pareja, pero yo creo que estaban pútridos de dinero. Ya os digo que menos de diez personas no movilizaban

A mis compañeros les llevaban los demonios. Que si que par de pijos. Que si esto no es el monte. Que que se han creído. Y todo tipo de adjetivos despectivos que se os ocurran.

Oye, pero que llegaron a donde nosotros llegamos. No eran un par de flojos precisamente.

Y en confianza, a mí lo que me daban era una envidia que me llevaban los demonios. No por viajar como ellos viajaban, que yo prefería ir sucio. Si no por poder tener la capacidad de poder viajar como ellos aunque optara por la roña. Que es lo que me gusta en este tipo de viajes.

Vaya par. Casa de la pradera total. Pero millonarios (millonarios en libras, que en pesetas lo era cualquiera)


Y si os gusta lo del camino de Santiago, cuando Nepal se normalice animaos a ir allí. No es caro. Poco más de lo que cuesta el vuelo y vivir allí es muy barato. Evidentemente es barato si vives como los nepalíes. Si pretendes ir de duque, como que no

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