Mi viaje a Nepal para mí fue un
antes y un después. No por la tontería esa de la “espiritualidad que se respira”
ni chorradas de esas. Treinta días caminando por un vergel, entre las montañas
más altas del mundo, en buena compañía y sin prisas te cambia aunque no
quieras.
Es una especie de camino de
Santiago pero a lo bestia. La verdad es que hay que estar en buena forma para
acometer la aventura. A mí me pegó una tendinitis de caballo a mitad del
trayecto, y tuve que estar tres días apretando los dientes en cada paso de
bajada de cómo me dolía una rodilla. Pues eso, a base de pomadas y bastón se bajó
la inflamación, por que buscar un centro de salud ni que pensar en ello. Te das
cuenta de lo desamparado que puedes llegar a estar cuando la mas mínima
molestia te puede dejar tirado.
Aunque parezca mentira el Parque
Nacional del Everest no es un sitio muy visitado. Creo que tiene una afluencia
de unos diez mil visitantes al año. Pensad que seguramente en una semana en
verano el pirineo lo duplica. Así que lo que os digo, un sitio muy recomendable
para los paseantes que deseen conocer paisajes y gentes nuevas y sin
aglomeraciones.
La fauna humana con la que te
cruzas es de lo más variopinta. Ya os hablé del americano ese que tenía todo el
aspecto de pacificador-espía de la CIA y del noruego millonario y
ultradeportista.
Nos tocó otra pareja que llevaba
aproximadamente la misma ruta y los mismos tiempos. Chico y chica, británicos
de pura cepa. No sé si eran los Duques de Edimburgo o más. Viajaban como se
supone que viajaban los viajeros de mitades del siglo XIX con las mejoras del
XXI. Me explico
El y ella iban perfectamente
conjuntados con lo último en ropa técnica para el monte de la mejor marca que
entonces había. Unas botas punteras y mochilitas estupendas. Digo mochilita
porque creo que más de un forro polar y una cantimplora no cabían. Y los dos
con el mismo modelo de ropa. Estaban para comérselos.
Iban ayudados por no menos de
diez porteadores que llevaban su equipaje, para que alucinéis. Cocinero,
ayudante de cocina y jefe de expedición. Tienda de campaña con ducha. Su tienda
de dormir, que cabías perfectamente de pie y otra tienda que hacía las veces de
cuarto de estar. Y luego las tiendas de los porteadores.
Nosotros íbamos durmiendo en las
pensioncitas que encontrabas en los pueblos. Ellos llevaban un campamento que
ya lo quisiera para sí el duque de Inglaterra cuando hizo el treckking del
Annapurna.
Así pues, para cuando llegaban
al final de cada etapa ya les habían montado el campamento. Entonces se metían
en su tienda de ducha. De ahí salían perfectamente acicalados y limpios como
una patena. Y lo mejor, el con un traje inglés de Saville Road y ella vestida
que parecía Laura Ingalls (os acordáis, de la casa de la pradera). Yo creo que
cada día llevaban una ropa distinta.
Para ese momento el cocinero les
había montado una mesita y dos sillas mirando hacia la puesta de sol. Se
sentaban el caballero y la dama y les servían un té con pastas y allí tomaban
su té de las cinco. Era alucinante.
Por la noche se retiraban a sus
aposentos y por la mañana ya les habían preparado un delicioso desayuno inglés
con huevos, bacon y alubias. Doblemente alucinante.
No sé la pasta que tendría
aquella pareja, pero yo creo que estaban pútridos de dinero. Ya os digo que
menos de diez personas no movilizaban
A mis compañeros les llevaban
los demonios. Que si que par de pijos. Que si esto no es el monte. Que que se
han creído. Y todo tipo de adjetivos despectivos que se os ocurran.
Oye, pero que llegaron a donde
nosotros llegamos. No eran un par de flojos precisamente.
Y en confianza, a mí lo que me
daban era una envidia que me llevaban los demonios. No por viajar como ellos
viajaban, que yo prefería ir sucio. Si no por poder tener la capacidad de poder
viajar como ellos aunque optara por la roña. Que es lo que me gusta en este
tipo de viajes.
Vaya par. Casa de la pradera total. Pero
millonarios (millonarios en libras, que en pesetas lo era cualquiera)
Y si os gusta lo del camino de Santiago, cuando
Nepal se normalice animaos a ir allí. No es caro. Poco más de lo que cuesta el
vuelo y vivir allí es muy barato. Evidentemente es barato si vives como los
nepalíes. Si pretendes ir de duque, como que no
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