Vistas de página en total

Música

Cada entrada tiene la suya. Si la quieres escuchar, aprieta el play (el triangulico) de dentro de la barra negra que encabeza la sosedad diaria

lunes, 6 de mayo de 2013

Capítulo septuagésimo “ni se os ocurra”





Darse un garbeo por lo que fue la Europa del Este a los dos años de caer el muro ha sido una de las mejores experiencias vitales que he tenido. Ver lo que se denominó “el triángulo negro”, posiblemente la región de Europa más destruida ecológicamente fue impactante. Era curioso ver las fábricas abandonadas, lagos enteros de detritus, los gaseoductos a la vista (y mira que a la vista, cuando llegaban a una carretera, en vez de enterrarlos hacían una portería con el gaseoducto para poder pasar por debajo con el coche) y kilómetros cuadrados de devastación y suciedad.

Afortunadamente eso ya es historia. Esa región tan degradada se ha recuperado.

Las propias personas todavía parecía que tuviesen una especie de “síndrome de Estocolmo”. Habían salido hace sólo dos años de ese régimen despótico y asqueroso que fue el comunismo, pero aún padecían los síntomas. Qué tristeza se respiraba en esos países, qué melancolía y que sensación de fracaso.

Bueno, a lo que vamos.

Paseando por la parte turística de Praga. Decidimos ir a cenar. Oye, un restaurante que parecía de puta madre, en un antiguo palacete. Era un restaurante estatal. Que lujo. Pa dentro.

Por dentro aún era más lujoso. Techos altísimos, lámparas de tonelada, tapices, cuadros, buenos muebles…… de todo. Pero eso sí, un poco dejado.

Seis de la tarde (se cena pronto allí). Nos asentamos en la terraza del restaurante. Como señores. La verdad es que en esa época en Praga podías comer en un restaurante lujosísimo por el precio de un menú barato español.

Seis y media. Aparece el camarero con la carta. Siete y cuarto, el camarero nos toma nota. Pedimos unos patés y unos filetes.

Ocho de la tarde. Empieza a oscurecer. Vuelve el camarero y enciende unos candiles. Muy romántico era, pero como íbamos cuatro Salazares no estábamos para romanticismos. Ocho y cuarto, se acaba el combustible de los candiles y nos quedamos a oscuras. Vuelve el camarero y nos ordena que vayamos al interior, que él no sabe rellenar los candiles y el candilero no ha venido.

Ocho y media. Ya en el interior. Aparece el camarero con el primer plato. Los patés. Con toda la ceremonia del mundo posible, deposita en cada uno de nuestros platos dos tostadas untadas de foei grass mina (el que llevábamos los albañiles para almorzar). Mira, nos da por reírnos y sufrimos un ataque de risa impresionante. Dos horas para untar ocho tostadas.

A todo esto, era para palpar el ambiente del restaurante. La gente, toda extranjera, más mosqueada que un pavo en la víspera de Navidad. Todos muertos de hambre y los camareros pasando de nosotros.

Nueve y cuarto. Aparecen los filetes. Éramos cuatro y vienen tres filetes. Que no hay más. Que los partamos y nos apañemos. Nuevo ataque de risa. Es lo mejor, para que te vas a enfadar si puedes tomarte las cosas con humor.

El ambiente en el restaurante ya estaba a punto de la explosión. A los camareros les daba igual.

Se abre la puerta de entrada y aparece la cabeza de un turista. Mira a derecha e izquierda. Estaban buscando un sitio para cenar. Inmediatamente mi demonio particular se despereza.

Allí estaba yo, en medio del restaurante, rodeado de decenas de turistas, puesto en pié y braceando y negando con el dedo con el internacional gesto de “NOOOOOO…..”. Los turistas se fueron como alma que lleva el diablo.

La carcajada en el salón fue general. La gente muerta de risa. Salieron los camareros de la cocina y contemplaban incrédulos el espectáculo. Casi se les oía pensar “Pero estos hijoputas ¿de qué se ríen? los estamos jodiendo y ellos partiéndose el culo”.

Una mesa de italianos se dirige a nosotros

“¿Españoles…..?”
“Si”

Y ya la risotada fue monumental. A los italianos se les saltaban las lágrimas.
Creo que uno de los camareros se olió que teníamos algo que ver con la función y vino a nuestra mesa.

“Any problem?”

“No majo no, un poco lento, nada más”, fue la airosa respuesta.

Pues no acabó ahí la cosa. A las diez y media cerraron el restaurante por que se había acabado la jornada y nos dejaron sin postre.

Ahora, que lo que nos reímos……

No hay comentarios:

Publicar un comentario