Hoy voy a
empezar con una línea diferente a la que he llevado hasta ahora. Siempre os he
contado cosas de mi experiencia personal, o han sido mis viajes o lo poco que
conozco de temas de la naturaleza o alguna vinagrada, pero vinagradas mías.
Poco a poco mi redacción ha ido mejorando (nada como el entrenamiento) y aparte
de transmitiros mis recuerdos creo que también os he hecho llegar mis
sentimientos.
Hoy toca tema
duro, como el de la viejecilla bajo el montón de leña en Nepal, el del crío con
la cabeza abierta en Mombasa o la familia condenada en ese collado de montaña
en el Himalaya
Hoy no soy yo el
protagonista.
Hoy cedo la vez
a un buen amigo mío. Un africano. Voy a intentar sólo describir, sin transcribir
lo que mi amigo pudo sentir. Eso, es cosa suya y no es tarea mía dejarlo aquí
escrito. Voy a intentar ser un periodista, un transmisor de la fría realidad.
Sí que me
gustaría que leyeseis esto a vuestros hijos o que ellos lo leyesen.
Bueno, a lo que
vamos.
Este amigo tiene
hoy treinta y cinco años. Con cuatro empezó a trabajar para su familia.
Evidentemente, ni jardín de infancia ni escuela ni vacunas ni nada de nada. Con
cuatro años se hizo cargo de un rebaño de cabras. Su misión era clara,
apacentar los animales, cuidarlos, evitar que se despistase alguno y
defenderlos de los depredadores, que haberlos los hay en esa zona del mundo.
Todos los días
la misma rutina, coge las cabras, tira para el campo, hazte cargo y de paso
búscate la vida. La naturaleza en África tiene otras dimensiones para todo,
hasta para los frutales. Un árbol de mango puede alcanzar la altura de un
tercer piso.
A los ocho años
el chaval estaba buscándose en las ramas de un árbol el almuerzo cuando se cayó
desde lo más alto pegándose un tortazo
considerable. Bueno, se levantó, “parece que no tengo nada roto” y siguió con
las cabras.
Al día siguiente
se encontró mal y apreció unos bultos en el abdomen. Se lo dijo a su madre y se
dirigieron a ver al curandero del pueblo.
Pensaban que era
una infección, de las habituales en el pueblo.
Pero no.
Le
“diagnosticaron” una fuerte hemorragia interna. La única solución era abrir y
permitir que la sangre retenida fluyera. O eso o moriría.
Y eso hicieron,
en vivo y con un punzón abrieron el abdomen del chaval. En tres puntos la
incisión se les fue de las manos y tuvieron que recurrir a cauterizarlas. Como
oís, calentar el punzón y vuelta para adentro en las tripas. A un chiquillo de
ocho añicos.
Esto tuvieron
que hacer con un niño de la edad en la que en España hacen la primera comunión.
La elección estaba clara, rajarle el abdomen para intentar que viviera o
dejarlo morir.
África es un
continente donde no hay ganadores. Allí vivir es una lucha diaria o contra la
naturaleza o contra los tiranos que gobiernan ese continente. Y es una lucha
donde los pobres, que son la mayoría, siempre llevan las de perder.
La naturaleza no
es la de las películas de Walt Disney, la naturaleza es cruel y dura. Y los
sátrapas que esquilman África aún más crueles.
El chiquillo
sobrevivió y se hizo un hombre, pero esto no fue de lo peor que ha tenido que
soportar en su vida. Ahora vive en nuestro pueblo, en Peralta, es un hombre
feliz y está esperando poder reunirse con su mujer pronto. Doblemente feliz.
Si os lo cruzáis
por el pueblo, saludadlo y hablad con él. Como todo africano, está deseando de
conversar. Buena charla y risas aseguradas. Y seguro que aprendéis algo con él.
Si él se anima y
yo estoy de humor os narraré alguna de las andanzas que lo han traído hasta
Peralta. A mí conocerlas me ha servido de mucho, ahora valoro mas vivir en un
país donde aún hay respeto por el orden.
Vivimos en el
mundo de la imagen, y parece que no que lo que no está en video o en foto es
mentira o no existe. Así que os pongo una foto del abdomen de Koulibali, la
hice este sábado pasado y no hay photoshop.
Podéis contar
dieciocho heridas “pequeñas” más otras tres de gran tamaño. Son las que le
cauterizaron. Con ocho años
No hay comentarios:
Publicar un comentario