Es una pesadez el uso de la palabra "héroes" en el deporte. Si acabas un maratón, si la selección española gana el mundial, si Nadal es el primero en la ATP..... todos son héroes. Un poco de mesura a la hora de aplicar la palabreja en cuestión, no les niego el mérito, pero de ahí a pensar que han hecho una heroicidad hay un gran trecho.
También se aplica esta palabra a un terreno en el que me moví hace años; la montaña.
Es curiosa la estirpe de los montañeros, por lo menos la mayoría con los que me crucé. No disfrutan de la montaña, su objetivo es la cumbre y punto. Hacer cumbre. Hay que ver la mirada que se les pone cuando "vencen a la montaña". Cuando es una sosedad pensar eso, la montaña no te ha hecho nada, no opone resistencia, no es tu enemiga.... la montaña ahí está y se limita a eso, a estar.
"Ser el primero en pisar la cumbre", curiosa obsesión. Y luego ni disfrutan del paisaje ni del paisanaje. Bueno, allá cada uno con sus cadacualadas. Pero también se aplica la palabra de marras, "héroe" a los montañeros. Yo prefiero llamarlos "cabezones", creo que define mejor el ser de este conjunto de personas.
Hoy es la historia de uno de ellos. Y esta es la historia del "Nanga parbat", también bautizada desafortunadamente como "la montaña asesina". Ya veis, como si hubiera premeditación y alevosía en un accidente producto de la tozudez humana
Hubo unos años en que conseguir cumbres era un asunto de estado y como tal se trataba. Había fondos estatales para que la bandera del país de turno ondeara gloriosa sobre una cima virgen. Esa época fue desde los años treinta hasta finales de los cincuenta.
Tenemos en la cabeza que a mayor altura, mayor dificultad y mayor peligro. Normalmente es así, pero no siempre. El Nanga Parbat es un ejemplo.
Ya en los años treinta hubo expediciones, sobre todo alemanas, a conquistar esta cumbre. Hay una peli, la de "siete años en el tibet" que cuenta la historia de Heinrich Harrer. Buena película, quizá lo más flojo la interpretación de Brad Pitt, pero tanto la dirección de Jean Jacques Annaud como la música de John Williams lo compensan. Se puede ver. Este hombre formó parte de una expedición alemana (bueno, nazi) que atacó la cima del Nanga, pero no lo consiguió
Tuvieron que pasar unos cuantos años hasta que se consiguió, y aquello debió ser espeluznante. Una expedición bien preparada y con mucha logística, alemana para más señas. Gente muy experimentada en estos temas unidos a alpinistas jóvenes con mucha resistencia. Nuestro protagonista, Hermann Buhl era de este segundo grupo.
El Nanga Parbat se caracteriza por una cosa, que siempre hace un frío horroroso y la climatología es espantosa. Esto, unido a sus ocho mil y pico metros, a unos glaciares inestables y a que los últimos trescientos metros son escalada (a ocho mil metros, claro) y el desnivel desde el campo uno es salvaje hace de esta montaña un reto muy dificil. Y allá se encaminó la expedición teutona.
La técnicas de entonces poco tenían que ver con las actuales. Ahora se hace más estilo alpino, salgo, cumbre y para abajo a todo correr. Entonces se iban montando campos cada vez a más altura, hasta cinco en el caso de un ocho mil. Y eso conllevaba un gran desgaste físico.
Total que nuestros amigos estaban en el campo IV, a siete mil metros, esperando que la tempestad amainara. Pero de eso nada de nada. Un día que salió un poco mejor, Hermann y otro compañero, Kempter, se lanzaron hacia arriba, a buscar la cumbre. Eran las dos de la mañana.. Kempter poco a poco se fue retrasando y llegó un momento que decidió dar la vuelta. Hermann posiblemente en ese momento era el hombre más solo del mundo. Pero decidió seguir adelante.
Tras cruzar una meseta a casi ocho mil metros, solo y con las fuerzas mermadas, inició la ascensión en escalada alpina y en solitario de la última pared, trescientos metros infernales. Llegó a la cima a las seis de la tarde, con el tiempo justo para clavar las banderas y hacer unas fotos. La cima, había sido tomada.
Casi agotado empezó el descenso, pero se le echó la noche encima. Tuvo que pernoctar allá, a ocho mil metros bajo el cielo más estrellado que podáis imaginar, sin saco de dormir. Sentado en una cornisa y con un precipicio de dos mil metros bajo sus pies. Recuperó fuerzas, tomó algún gel de los que entonces había y de nuevo a las dos de la mañana (con veinticuatro horas de esfuerzo bestial en sus costillas) seguir descendiendo
Kempter estaba en el campo IV y ya daba a su colega por muerto. Pero por si acaso, inició el ascenso en su busca. Por una casualidad del destino y cuando ya daba la vuelta, vio un puntito que se movía en la nieve. Era Hermann. Kempter lo recogió y le ayudó a bajar al campo IV. Allá se repuso un poco y ya juntos iniciaron el descenso.
Era el primer ocho mil de la historia que se conquistaba por un hombre solo y sin oxígeno
Hermann ganó una aureola de gran escalador y mucha fama. Volvió al Himalaya y ascendió otro ocho mil, el Broad Peek.
Pocas semanas después falleció también en el Himalaya al ceder una cornisa de nieve y precipitarse al vacío. Su cadáver nunca fue encontrado
Se le rindieron homenajes y se lo clasificó de héroe. Francamente para mí, es un ejemplo de superación y de lucha contra uno mismo. De un deportista excepcional y de un portento físico. Y de un cabezón y un empecinado
Pero para mí, un héroe es otra cosa
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