Las cosas han cambiado y no poco en torno a lo que es la igualdad entre hombres y mujeres. Miremos cincuenta años atrás en nuestro país; en la tierras del Ebro si una mujer quería viajar en aquella época (rectifico; tenía que viajar en aquella época) pues necesitaba llevar un permiso paterno o de su marido. Vamos, un salvoconducto. Simplemente una mujer no se podía mover por la península sin el permiso de un hombre. O si quería abrir una cuenta bancaria lo mismo, necesitaba permiso del varón de turno.
Cierto es que queda por avanzar en el tema de la igualdad entre sexos, pero afortunadamente es una cosa de educación; no es un tema legal. Ya no hay leyes diferentes para hombres y para mujeres, como tampoco hay diferentes convenios colectivos para hombres y mujeres. Avanzar como os digo queda mucho, pero ya es un tema de gañanes sin conocimiento que siguen empeñados en agarrarse a su machismo patológico educacional.
La ley es igual para todos. Pero no siempre lo fue
Os voy a contar una historia. Una historia de una mujer empecinada y lista como ella sola. Es la historia de Margaret Knight. Todo un carácter
La vida era dura en el siglo XIX, la época de la revolución industrial. Eso sí, lo fue mucho más en épocas anteriores, pero eso es otra historia. Nuestra Margaret nació a mitades de siglo en XIX. Y le pasó lo que a la mayoría, que muy de niña quedó huérfana y tuvo que dejar el cole con doce años para ir a una fábrica a trabajar y ayudar a la maltrecha economía familiar. Pero Knigth tenía una mente maravillosa, como la peli esa. Pues con veinte años y trabajando es esa fábrica tenía claro que ella no se iba a pegar toda su vida en ese sitio. Por cierto, la fábrica se dedicaba a envasar harina. El pan se hacía en casa mayormente
Las cosas que se compraban se transportaban en...... bolsas de papel. Que eran un puto engorro en cuanto a la forma de tranportarlas. Ocupaban mucho sitio, llegaban la mitad estropeadas.... todo un cuadro. La fábrica en la que trabajaba nuestra protagonista envasaba la harina en bolsas de papel de esas que os cuento
Pues a nuestra buena chica, a sus veinte años, se le ocurrió una máquina que automáticamente plegaba esas bolsas de fondo cuadrado dejándolas como si un folio se tratara. Vamos, la típica bolsa de papel que hoy en día se usa. La idea de nuestra prota era que las bolsas llegaran a la fábrica perfectamente plegadas y la misma máquina que las había plegado en la fábrica de bolsas las desplegaba en la harinera para poderse utilizar a tal efecto. E hizo un prototipo de madera QUE FUNCIONABA.
Pero necesitaba hacer uno de metal. Eso era lo fetén y lo que se podía patentar. Mientras Margaret construía el modelo metálico un espabilado, Charles Annan, le copió el invento y se le adelantó en la Oficina de Patentes. Evidentemente Margaret lo denunció y fueron a juicio por la propiedad intelectual del aparatejo.
Dicho sea de paso aquella máquina todo el mundo tenía claro que iba a ser imprescindible en todas las fábricas de bolsas del mundo, que eran la tira
En el juicio Charles adujo que "un invento tan bueno y tan complicado, no podía salir de la cabeza de una mujer". Ese era el argumento
El juez mandó a Charles a la mierda y concedió la patente definitiva a Margaret
No me extiendo más. La cosa acabó bien. Margaret se hizo rica, pero su cabeza no paraba. Ideó decenas de inventos más, desde marcos de ventanas a mejoras en los motores rotax.
Fue condecorada por la Reina Victoria con la Legión de Honor y figura en sitio destacado en el Salón de la Fama de Inventores.
Murió en 1914 con setenta y seis años. Todo un carácter
No hay comentarios:
Publicar un comentario