Hace muchos años, viaje a la España
profunda. Afortunadamente cada vez quedan menos profundidades en la Península
Ibérica, pero hace veinticinco años las había. Y por las tierras extremeñas más
aún
Extremadura es un sitio precioso. Si
vais y lo conocéis os puede pasar lo que a mí, que no le veis sentido al
nombre. El clima, el paisaje, las gentes, la historia… no ves lo extremo por
ningún sitio. Unas perspectivas impresionantes, horizontes infinitos, verde y más
verde y un clima bastante más amable que el que te pueden encontrar en el
páramo leonés o en la meseta castellana.
Cruzar de las dehesas de las zonas bajas
a un monte mediterráneo de matorral por donde no pasan ni los jabalíes en
cuestión de pocos minutos es toda una
experiencia visual. Y el estar allí en aquella época, en la cual había mucha
más diferencia que la que hay ahora en el modus vivendi entre el rico norte de
España y los valles de Cáceres, era como viajar en el tiempo.
Extremadura es muuuy recomendable.
Paseas por el casco viejo de Cáceres y casi te piensas que a la vuelta de
cualquier esquina te puedes encontrar con Hernán Cortés. Está
impresionantemente bien conservada esta ciudad.
Y todo ello aderezado con los productos
que graciosamente nos ofrece el cerdo ibérico, unos quesos exquisitos y un buen
gusto a la hora de asar el cabrito. Si vas es seguro que vuelves.
Luego está la dehesa, una herencia única
en Europa. Es un paisaje de llanura irrepetible en Europa. Algo parecido lo
encuentras en las grandes praderas americanas, el veld africano o la estepa asiática;
pero en Europa, llanuras, sólo hay aquí. En Salamanca y Extremadura.
Uno de los día que volvíamos de hacer
una pequeña excursión. Habíamos visitado una minicentral hidroeléctrica y por
atajar nos metimos ladera abajo por una trocha. No íbamos muy despistados (por
una vez en la vida).
Pocas decenas de metros antes de salir
al camino donde teníamos los vehículos nos encontramos con un chaval de nuestra
edad en cuclillas y con los pantalones en los tobillos. El pobre hombre había
buscado refugio tras una jara para deponer y aliviar su intestino. Y allí, tras
esa mata, creía haber encontrado la paz y la tranquilidad necesaria para tan
ardua tarea.
Pero no. Como de la nada surgen cuatro
personas. Lo miran. El mira a los otros con ojos de gacela atrapada. Recuerdo
la tristeza y sorpresa con la que nos obsequió. Fueron unos segundos de
silencio. Casi se podía cortar el ambiente. Y yo, que no tengo idea buena, sin
pensar en las consecuencias me eché la cámara al ojo y le tiré una foto al
pobre hombre en tan comprometida postura.
Abrió un poco la boca y fue incapaz de
articular palabra. Antes de que se recuperase de tan mayúscula intrusión en su
vida privada salimos pitando entre carcajadas y risotadas.
La verdad es que no fue lo más correcto
que pude hacer, pero reír nos reímos un rato. En mi descargo tengo que decir
que destruí la foto, no sin antes echar yo también unas cuantas carcajadas en
casa recordando lo surrealista de la situación
Si es que tengo cada idea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario