La vuelta por Kazajstán fue
sorprendente. Una semana por un país donde no hay nada que ver, solo un homenaje
a la llanura. Había días de viaje que te bajabas de la fragoneta y girabas la
cabeza y todo el horizonte era plano. Era como estar en mitad de un mar, pero
en vez de agua lo que había era polvo y matorral.
Claro, la agencia de viajes
tenía que llenar el plan de viaje como fuera de “actividades maravillosas”.
Realmente a mí no me hacía falta nada más que recorrer esa gran estepa para
pasármelo en grande, pero bueno, ya sabéis, las agencias son lo que son y
tienen que llenar su programa como sea. No veáis los chistes que hicimos el día
de la excursión a caballo a ver una catarata en un parque nacional. Era un
sitio chulo, pero fueron tres horas de cabalgada de ida y otras tres de vuelta.
Yo volví con el dos de oros (el culo) como un bebedero de patos y era el
jovencito del grupo. Pero los chistes que hicimos esa noche, previo trasiego de
dos botellas de vodka, a cuenta del día fueron tronchantes. La actividad se
titulaba “visita a la gran cascada”.
Pues eso fue, “la gran cascada”
Otro día nos llevaron a ver una
pista de patinaje de hielo al aire libre. En agosto. El tamaño de los cardos
borriqueros que poblaban la citada pista era más o menos como mi estatura.
También recuerdo especialmente una
noche por el mar de estrellas que se vieron. Cero contaminación lumínica, el
pueblo más próximo a ochenta kilómetros. Cero polución. Y como os digo, todas
las estrellas del hemisferio norte para nosotros.
Otro día nos tocaba “visita a
una bodega de vinos”. Pues eso. Pallá que nos llevan. Era una bodega en la que
hacían, y lo decían con toda desfachatez, “un estupendo rioja, y un buen vino
amontillado”. Tócate las narices, cruza medio mundo para beber vino manzanilla.
La maestra de cata era una
señora enóloga de entre cuarenta y noventa años. Con toooodos los dientes forrados
con fundas de oro, bastante delgada y alta, y seca como un sarmiento. Empieza
el proceso
Cata de vino tinto. Cata de otro
vino tinto. Cata de un rosado. Cata de un blanco. Cata de un amontillado. Cata
de un vino manzanilla. Cata de otro tinto que me lo he dejado antes. Cata de
otro blanco
Ya con un pedo considerable
dijimos que todo muy bien y muy rico y que dábamos por concluida la cata.
Nuestra amable y sonriente enóloga nos agradece la visita y dice que sería
descortés por nuestra parte no catar la estrella de la bodega.
El coñac
Pues eso, después de semejante
revoltijo de vinos, cata de coñac.
Acabamos bastante perjudicados
por el uso y abuso del etílico, pero como siempre, con cada risotada que se
tenía que oír desde la calle.
Tengo que decir en descargo de nuestros
anfitriones que fueron muy amables y que es el único sitio del mundo donde tras
la visita no me han intentado vender algo. Hasta me sorprendió.
Ahhh, que lo de la exposición
fotográfica de Kazajstán y Uzbekistán va para adelante. Para finales de enero.