(Foto de Fidel Castillo)
Ya os conté que mi vida ha entrado en la época de la resta, esa que a final de año tienes menos de lo que tuviste el uno de enero. Y este año las restas han empezado pronto
Trabajar codo con codo con una persona crea vínculos especiales. Me ha ocurrido con otras personas que forman parte de mi sustraendo particular; con Félix, con Fernando, con Pedro, con mi padre y ahora con Miguel Angel. Con Miguel Angel me tocó bregar dentro de este particular mundillo de la construcción. Un mundo del que muchos hablan mal y posiblemente casi todos tengan razón
Pero con Miguel Angel, las cosas eran diferentes. Miguel Angel inspiraba confianza a sus clientes, algo fundamental en cualquier pequeño negocio en el que tienes que estar dando la cara. La gente, cuando compraba un piso, se "lo compraba a Miguel Angel", independientemente de quien fuera el propietario o la promotora que le había encargado la venta
Yo empecé mis "tratos" con Miguel hace muchos años, en mi época de estudiante. En aquellos años no había fotocopiadoras al público en Peralta Monumental, la única la del Ayuntamiento. Y allá acudía yo con mis libracos a hacer las fotocopias que precisaba para mis trabajos de historia en el instituto. Y allá dejaba yo el libro a Miguel, con un listado de páginas, para que me hiciera las fotocopias
"Cuando pueda, majo, que mira como tengo esto de gente"
Yo volvía a la hora de cierre y las recogía. Y luego cuando me veía por la calle siempre me preguntaba por la nota que me habían puesto en el trabajo. Esos fueron mis primeros tratos con él. Con quince tiernos años. Y el fue también él el que me enseñó a resolver el maligno cubo de Rubik
Luego ya me tocó colaborar con el en diferentes frentes en el tema inmobiliario. Y si algo tenía era que hacía que las cosas fueran fáciles. Tenía una cabeza bien amueblada, capaz de separar el grano de la paja y de que cualquier problema que a priori parecía complicado, verle una solución sencilla. Siempre, siempre, tanto en el tema de su inmobiliaria como en su trabajo en el Ayuntamiento, daba solución a los problemas que se le presentaban. Y siempre con esa sonrisa socarrona que tenía y sin perder ese humor que lo caracterizaba
Hace un par de meses me lo encontré en el Peñalén tomando un café. Ya estaba deteriorado por esa maldita enfermedad a la que uno de cada tres nos tendremos que enfrentar. Me dijo si "iba a ir luego al pueblo y podía llevarlo".
En el coche, una breve conversación, que me la guardo para mí. Se me saltaron las lágrimas cuando lo dejé en el despacho de loterías de su amigo Javier.
La fotografía, sobre todo de personas y en fiestas, era la gran pasión de Miguel Angel. Y ese viernes al entrar al Turuta me encontré una cajita con sus fotografías.
"¿Y esto?"
"Que las ha dejado Casto, para que cada uno coja las que quiera"
Empecé a pasar fotos y hubo un detalle que me sorprendió. Había muchas que estaban repetidas y tripitidas. Y pronto me fijé que las fotos en las que salían dos o tres personas, estaban por duplicado o por triplicado. Había copias para todos. Ese era Miguel Angel, un tipo pendiente de los demás y detallista hasta el final. Hasta su final
Miguel Angel; Casto el del Ayuntamiento. Un hombre en el que se podía confiar.
In memoriam
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