Pedro Salazar
Ibiricu ha dejado su DKV en el taller. Son muchos kilómetros los que lleva en
su baca y la pobre necesita una puesta al día
Nuestro buen
amigo Pedro podría usar su exclusivo audi A12 pero ha decidido utilizar el
transporte público. Ecológico, barato y seguro, sobre todo seguro. Y además, se
conoce gente. A Pedro le gusta hacer nuevos amigos.
Hoy es un sábado
por la tarde. Calor, mucho calor. Pedro accede a la villavesa, saluda al
conductor, paga su billete y se dirige a la parte trasera del vehículo. A Pedro
le gusta este lugar porque le permite observar. Siempre que observas aprendes
algo.
Una cuadrilla de
jovencitos sube en la siguiente parada. Es curioso piensa Pedro. Pasan los años
y los jóvenes siempre son iguales. Su actitud siempre es contestataria y
rebelde. Siempre en contra del “sistema” establecido. Su música, sus gustos a
la hora de comer o beber, su moda, su cine, sus lecturas… siempre son
diferentes de sus padres. Pero en esencia siempre la mayoría de la juventud es
buena. Pedro piensa en la inocencia de estos jóvenes al pensar que pueden
cambiar algo. Y Pedro los califica como los que son, buenos chicos aunque un
poco ingenuos. Los chavales se sientan y en último lugar entran dos personas
ancianas y una mujer embarazada. A los jóvenes les falta tiempo para
amablemente ceder su asiento a estas personas. Los que van sentados charlan
entre ellos en voz queda para no molestar al resto de los viajeros
“Gente maja”
piensa Pedro.
Todos los
viajeros han observado a Pedro con cierto desagrado. Su aspecto y su hedor no
es nada agradable. Pedro sonríe para sus adentros. Se siente tranquilo bajo su
identidad secreta.
En la siguiente
parada toman el bus dos sudamericanos y un gigante que, por su color negro
azulado, Pedro estima que es senegalés. Y tras ellos un joven con muletas y una
chica con un bebé. Los sudamericanos ceden encantados su asiento a estas dos
personas.
“Gente maja”
piensa Pedro
Tercera parada. Cinco
camisetas reivindicativas de todo menos de más democracia suben al bus. Tras
dirigirse de malos modos al conductor pasan al interior y empujan a dos chicas
del primer grupo. Las carpetas, los libros y un teléfono ruedan por el suelo.
Hacen levantar a un grupo de señoras y ocupan su sitio. El senegalés es blanco
de sus burlas y ante la mención del chofer de poner orden su actitud violenta
se acrecienta. Lo dilatado de las pupilas de los jóvenes demócratas no invita
al diálogo ni a razonar con ellos.
“Colegassss,
vamosss ha hacer una colecta para un buen fin. No quiero ver moneditas, que me
rasgan el bolsillo del pantalón. Así que bishetesss”
Pedro se levanta
y se dirige cartera en mano hacia el amable orador. Entrega un billete de diez
euros y sigue hasta el conductor
“Caballero, le
ruego que modifique la ruta y se dirija hacia el edificio de urgencias”
“¿Cómo dice?”
“Zona
hospitalaria, edificio de urgencias. Sección dental si es posible. Tomo
prestada la manivela del gato señor. Es un momentito”
La velocidad es
fundamental, cinco, aunque drogados, no es número pequeño. De abajo arriba la
manivela describe un arco y encuentra una mandíbula. Fuera de combate. Patada
en la espinilla al segundo y cae al suelo. Este lo remataré luego. Los otros
tres no son mancos, un puño americano y dos navajas de mariposa aparecen en
décimas de segundo. Pedro ha subestimado al contrario y se ha metido en un
fregado que no tenía calibrado. Inesperadamente uno de los de la navaja de
mariposa cae al suelo. Una de las chicas le ha metido un bolsazo en la cabeza.
Ante el desconcierto momentáneo, Pedro, hombre entrenado, aprovecha la
oportunidad e incrusta la manivela al del puño americano en la frente. Quena
uno en pie y el de la espinilla. Décimas después, el que maneja la última
navaja asciende en el aire y se fractura el cráneo contra el techo del bus. Por
obra y gracia del gigante senegalés que lo ha lanzado hacia lo alto. Y el cojo
de la muleta golpea al de la espinilla que se intenta levantar tras recuperar
una navaja. Fin del match por cinco a cero. Nada como el trabajo en equipo.
“Buen golpe
chica. Eres fuerte”
“Supongo que la
plancha que llevo a reparar dentro del bolso ha ayudado”
“Última parada y
fin de trayecto. Hospital de Navarra” anuncia el conductor por megafonía
“¿Usted no es el
vendedor de achicorias que viene los martes al mercado a Ablitas?”
“Se equivoca
señora. Soy un simple ciudadano”
“Pues con lo
valiente que es usted ya podía lavarse un poco, marrano más que marrano”
“Nadie es
perfecto buena mujer”
Pedro reflexiona
mientras se dirige andando al taller a recoger la DKV y piensa en que en esta
sociedad en que vivimos estamos acostumbrados a que los bomberos apaguen
nuestros fuegos, los policías nos defiendan, los maestros enseñen a nuestros
hijos y las ambulancias lleven a los heridos. Pagamos por ello y esperamos que
hagan su trabajo. Pero hay momentos en que nos guste o no cada uno debemos
asumir responsabilidades. Y nos guste o no, el sentido de una sociedad es
ayudarnos y protegernos de los que deciden vivir aparte pero aprovechándose del
sistema.
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