Pedro Salazar Ibiricu ha aparcado su DKV en Noáin.
Ha intentado dejarla en el centro de Pamplona, pero un amable municipal lo ha
despachado con cajas destempladas por el rollo de la zona naranja
“Es que son fiestas, son Sanfermines”
Pedro toma un taxi hasta el centro. Pedro está
contento, su aspecto repugnante y fétido encaja perfectamente dentro del
panorama festivo que ofrece la ciudad. Hoy no va a llamar la atención por su
desaseada apariencia.
“¿Cuánto le debo por la carrera taxista?”
“Son ciento cincuenta euros”
“¿no es un poco caro?”
“Es que son fiestas, son Sanfermines”
Pedro paga y calla.
Antes de sumergirse en la vorágine de la fiesta
decide reponer fuerzas. Adquiere un bocadillo con dos pimientos y tres
salchichas convenientemente arropadas por un pan que se debió hornear en mayo o
así. Mas una lata de cerveza. Pedro paga con un billete de veinte euros y
recibe cincuenta céntimos de vuelta.
“¿no es un poco caro?”
“Es que son fiestas, son Sanfermines”
Inicia su paseo por el centro. Jarauta, Navarrerías,
Caldererías…. y Pedro disfruta. Disfruta porque nadie lo mira, nadie se fija en
él. Su aspecto asilvestrado pasa desapercibido dentro de la marea humana. Y
encima acaba de conjuntar su indumentaria con un bonito pañuelo rojo
deshilachado y lleno de candilones.
Pedro es feliz viendo a la gente feliz. De pronto
nota que algo cálido y viscoso impregna su espalda. Una soberbia potada adorna
su camisa. El que era hasta hace unos segundos propietario de los jugos
estomacales que escurren ahora por su espalda ríe a mandíbula batiente, siendo
coreada su proeza por otro rebaño de carneros que se hacen llamar amigos.
“Por favor señores. Esto que han hecho es una guarrada”
“No te rayes tío. Son fiestas, son Sanfermines”
Pedro deja su camisa en una papelera y pecho al aire
decide seguir su tour pamplonés. Sigue pasando desapercibido dentro de la
manada becerril. Uno más
Gira una esquina y se encuentra a cinco ciudadanos
rabo al aire procediendo a aliviar su vejiga. Parece un escaparate de colas.
“Por favor, que tenéis a tres metros los aseos
públicos”
Se vuelven al unísono y se sacuden los apéndices
según una ensayada coreografía
“Bahhh, que passsa tío. Son fiestas. Son Sanfermines.
No nos rayes tío”
A Pedro ya le empieza a cansar la frasecita
Unos metros más adelante una chica micrófono en mano
y un cámara están intentando hacer su trabajo. Arrancar alguna palabra con
sentido a unas acémilas que portan una pancarta. La chica va pulcramente
vestida de blanco e intenta esquivar, sonrisa en rostro, las manos que se
acercan a su culo. De pronto, el más
becerro, en un alarde de virilidad agarra a la reportera, la magrea viva y le
encaja un morreo con lengua a la par que la pringa de sudor y del albarde que
lo cubre a él. La pobre chica se siente morir. Nota una lengua viscosa con
sabor a pacharán rancio que desciende por su tráquea y le llega hasta la misma
boca del estómago. La reportera empuja al carnero y muerta de asco se lo quita
de encima. Media camiseta de la periodista es rasgada por el gentil caballero.
El resto de
la manada deja la pancarta apoyada en la pared y ríe la gracia. Esas risotadas
recuerdan a Pedro a los seres simiescos que aparecen en los grabados de Goya.
“No te mosquees tía, que son fiestas. Son
Sanfermines”
Pedro se ha cansado de la frasecita. Se apodera de
la pancarta, coge uno de los palos y con
toda la fuerza de unos brazos que día sí y día no hacen diez series de pesas
con ciento cincuenta kilos incrusta el palo en los riñones al despreciable hombre-asno.
Así, a bote pronto y por la fuerza del impacto, Pedro pronostica tres meses de
baja por rotura de costillas.
Uno de los cafres se gira y se planta de cara a Pedro
con aviesas intenciones. Mal hecho, pobrecito. Un hábil molinete con la estaca
y el pobre chaval tiene que buscar sus dientes por toda la estafeta. Los otros,
prudentemente, retroceden.
La reportera y el cámara miran a Pedro con la boca
abierta. Pedro tira a un lado el palo, mira con desprecio al resto de graznadores
y saluda a la concurrencia que se está amontonando
“Que son fiestas. Que son Sanfermines” dice Pedro
con socarronería
Mira a los gañanes con asco y los deja ayudando al
descoyuntado y buscando piezas dentales por el pavimento. Da media vuelta y
desaparece entre la multitud mientras
piensa en esa especie de gente que cualquier excusa les sirve para propasarse y
aprovecharse de los (y sobre todo las) demás. Y recuerda la frase que le enseñó
su abuelo. Pedro no está del todo de acuerdo con esa máxima, pero a veces es la
mejor opción
“La letra, con sangre entra”.
Y una buena estaca a veces es de lo más pedagógico y
educativo. Sobre todo con según qué tipo de fauna.
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