miércoles, 11 de diciembre de 2013

Capítulo octogésimo séptimo “vendedores pelmas y buenos vendedores”

Reconozco que a veces la fama que me ponéis está justificada. Hace ya muuuchos años que cuando salgo de viaje me traigo exactamente lo mismo que saqué de casa pero un poco más sucio. O sea, que no compro nada de nada, ni para mí ni para nadie. Bueno, tampoco es exactamente cierto, si veo algo bonito o curioso sí que me hago con eso, pero esa manía que le entra a los turistas de los últimos días dedicarlos a comprar todo tipo de trastos de recuerdos es algo que servidor no practica.

“Esto para la tía Enriqueta, esto para tu cuñado, esto para….” Y así una larga lista interminable. Lo más gracioso es que luego lo puedes adquirir en cualquier Corte Inglés, normalmente más barato y con garantía. Pero bueno, como dicen los turistas:

“Es que no es lo mismo, es el hecho de haberlo comprado en….” Y hala, trasto que te crío a la maleta. Yo disfruto con mis compañeros de viaje cuando piden mi docta opinión:

“Un espanto y un horror. Bueno, si la persona a la que le vas a regalar ese engendro te cae mal lo entiendo”

Como os digo, soy de la escuela que cree que ir de compras cuando vas de viaje es una considerable pérdida de tiempo. Otra cosa es que si pasas y ves algo majo lo compres, eso sí, pero estar dos días acelerado comprando trastos abominables es una melonada.

Hay dos ciudades que creo que son la meca de las compras, Nueva York y Estambul. En la primera puedes comprar casi de todo, bueno y malo. En la segunda abundan los chochos y los trastos de gusto apaleable. Pues eso, otro amigüito y yo por Estambul

Es un destino que os recomiendo. Coges el avión y en cuatro o cinco horas estás allí. Un clima parecido a Barcelona. Y una ciudad encantadoramente portuaria. Un auténtico crisol de civilizaciones y con un pasado histórico que te cagas. Se come estupendamente y hay muy buen ambiente. Esa mezcla de asiático y europeo es de lo más curioso.

Además yo sitúo (he dicho yo, ehhh) la cuna del parlamentarismo moderno en Estambul. Lo justifico. Cuenta la leyenda que cuando las tropas de Mehmed II estaban bajo las murallas afilando la gumías para iniciar la degollina, los dirigentes estaban en palacio discutiendo sobre si los ángeles tenían o no sexo y caso de tenerlo si eran chicos o chicas. ¿Os suena amigüitos? La población con un problema tremendo y los dirigentes a lo suyo. Muy actual

Pues eso, que vayáis a Estambul si podéis que os lo pasaréis de primera. Hasta merece la pena ir de escaparates, que es divertido. En eso estábamos, viendo el escaparate de una tienda de alfombras que tenían buena traza. Y hablando en español. Salió el dueño de la tienda y en un castellano puro y con acento de la meseta se dirigió a nosotros. Inició una agradable conversación y nos contó los problemas que había en la ciudad y en el país. Un tipo ameno y culto. Poco a poco fue llevando el tema a dónde le interesaba, las alfombras. Y en un estudiado momento nos preguntó que de dónde éramos. Que del norte de España.

“¿Ah, sí?. Tengo un hermano en Bilbao” y a partir de ahí bla,bla,bla… Un poco más de charla y nos invita a pasar. Nos ofrece el típico té y sigue la conversación. Quince minutos, más o menos. El tiempo que tardó el señor en  darse de cuentas que sus posibilidades de encasquetarnos una alfombra tendían a cero. Enseguida zanjó la charla y salimos. Pasamos al siguiente escaparate y allí estábamos contemplando el género cuando otros dos españoles se pararon en la anterior tienda. La misma estrategia, los mismos temas, los mismos ganchos…. hasta que llegó el momento de

“¿De dónde son ustedes?”

Contestaron que andaluces. Y el hábil vendedor

“Tengo un hermano en Granada”

Oye, ganas nos dieron de quedarnos a ver cuantos hermanos tenía el alfombrero repartidos por toda la geografía española.

Un auténtico artista. Y creo que los andaluces picaron

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