jueves, 7 de noviembre de 2013

Operación bellota (nosequedicionvaya)



El último sábado del mes de noviembre se reedita la recogida de bellota de coscoja para su posterior siembra en el monte.

Los objetivos son los de siempre, fundamentalmente pasar una tarde agradable en uno de los pocos entornos autóctonos que quedan en nuestra zona. Y que los críos vayan aprendiendo a valorar lo que tenemos, a no empuercar todo a diestro, siniestro, arriba y abajo y que sepan que los árboles vienen de una semilla, no de la tienda. O sea, que es una  tarde dirigida fundamentalmente a los más enanos acompañados de sus papis; a mí y al Alfredo no nos dejéis encargados de gestionar el caos por que el cataclismo está asegurado.

Siempre que escribo sobre “sitios autóctonos y no contaminados por la mano del hombre” me paro a reflexionar sobre un par de cosas. Fruto de mis experiencias por esos mundos de Manitú me he dado cuenta que estas cosas de la ecología sólo importan a las personas que tienen sus necesidades vitales cubiertas, o sea, comer, que los críos vayan a la escuela, que los viejos estén atendidos y que no te peguen un tiro en la calle. Y un ochenta por ciento del mundo, esas necesidades no las tiene resueltas.

Lo que ha hecho progresar al ser humano desde que se tiró de una acacia ha sido la necesidad. La necesidad de defenderse de las fieras creó los primeros grupos de homínidos, el frío creó la vestimenta, el romper huesos para obtener tuétano creó las herramientas y así hasta el infinito. Pero resulta que las propias necesidades nos han llevado a que cuando no existen las inventemos. Así pues, cuando las cosas más básicas que anteriormente he enumerado se han visto cubiertas, hemos ideado otras que son las que mantienen este “progreso” en marcha

Siempre os hablo de África. Ese continente me alucina, quizás es porque siempre voy con pasaje de vuelta y perras en el bolsillo. Por eso me gusta, ya que si tuviese que vivir como viven allí haría como ellos, soñaría con venir a Europa aunque me dejara la vida en el intento. Y es en África donde “el sentimiento ecológico” no existe. África es el homenaje a la basura. En los alrededores de cualquier ciudad te encuentras montañas de vertidos con críos rebuscando por los mismos. En los puertos barcos del primer mundo embarrancados para ser desguazados y las cunetas son el museo del bote y la botella.

No le hables a un africano de ecología o de la suerte que tiene de vivir en un continente “virgen”, porque si tienes la desgracia de que no se le ha olvidado el último hijo muerto por malaria, gangrena o intoxicación de plomo lo más probable es que como poco te ganes una ostia o como mucho te abra la cabeza.

El “sentimiento ecológico” es patrimonio del bien alimentado primer mundo. Así pues, cuando hablamos de la deforestación de Europa, de la sobreexplotación ganadera de las corralizas, de los monocultivos de maíz en Francia o de la desecación de los humedales en Holanda y Centroeuropa y a renglón seguido hablamos de la pérdida de biodiversidad, que no se nos olvide que hace ciento cincuenta años estas cosas se hicieron por algo. Esa deforestación hizo que Europa se calentara. La sobreexplotación ganadera y el maíz que nuestros ancestros no pasasen las hambrunas del siglo X. La desecación de humedales acabó con plagas en Rusia y Holanda. Se hizo por unos motivos que ahora no podemos entender porque no nos crean necesidades, pero entonces sí tuvieron su sentido.

Ahora en el primer mundo estamos recuperando el “respeto por la naturaleza” y se nos ha olvidado que la naturaleza es siempre hostil al ser humano. La naturaleza realmente es un enemigo del hombre. 

Pero quizás nos hayamos pasado de frenada con domeñar a la naturaleza y quizás en el primer y ahora bien alimentado mundo si nos planteamos las cosas con un poco de cabeza podremos llegar a disfrutar del monte y del campo. 

Ahora ya no hay una sobreexplotación de ganado en el monte. La apertura de nuevas tierras de regadío en los comunales ha propiciado que el rebaño pueda dirigirse a estas zonas y salir del secano. Y quizás sea el momento para recuperar los liecos. Y es algo tan fácil y barato como coger una semilla de coscoja, dar un azadonazo al suelo y sembrarla y esperar. Y posiblemente vuestros hijos, fruto del trabajo vuestro de TRES SABADOS POR AÑO puedan disfrutar de unos montes tan bonitos como es el paraje de la Sierra. Allí la familia Orduña Osés lleva veinte años trabajando. Si nos lo tomamos un poco en serio nosotros, y como esto entiendo dedicar cuatro mañanas de sábado por año, se pueden recuperar todos los liecos del monte. Cabemos todos, agricultores, ganaderos, cazadores y gente que simplemente nos gusta el campo. 

Cada día me gusta menos definirme como ecologista. Suena a talibán.

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