miércoles, 6 de noviembre de 2013

De cómo Salazar aplica la pedagogía




NOTA: BASADO EN UN HECHO REAL (*)

Pedro Salazar Ibiricu, el magnate de las achicorias, ha aparcado su exclusivo Audi A12 al lado del paseo de los cisnes en Peralta. Ha decidido dar una vuelta para aprovechar y disfrutar de una magnífica mañana de otoño.

Ha optado por un look deportivo para tal fin. Así pues, calzado con unas zapatillas Diamond Nike Air Force, y ataviado con un polo y un chándal de Gucci inicia su agradable comunión con la naturaleza. Vista al frente, el oído presto a captar todos los sonidos que le ofrece el campo y el olfato agudo para captar hasta el aroma más sutil.

A los pocos cientos de metros de disfrute campestre, nota una cierta humedad en su pie izquierdo

Baja la vista y contempla desolado como su magnífica zapatilla blanca es ahora marrón y gotea un fluido de consistencia plástica. Vuelve la vista y contempla una excreción del tamaño de una boina aragonesa con toda la planta de su pie marcada. Se puede ver perfectamente grabada la suela e incluso, con un poco de paciencia leer el número de su calzado. 

Pedro va girando la vista y hace un recuento de lo que está viendo y no debería estar ahí: dos tarros de yogurth, un danacol, una chancleta vieja, una revista del ¡Hola! De 1964, restos de obras, un paraguas vuelto, una botella de gaseosa schuss, el marca, una radio rota, un potito, peladuras de todo tipo de fruta, colillas de faria… y lo que más abunda, mierdas de perrito, perro y perrazo. La que ahora adorna su suela pertenece a esta tercera categoría en su modalidad diarrea.

Pedro está un poco entristecido. Y ve como una chica joven se aproxima a su posición. Lleva en una mano una correa en cuyo extremo va un can y en la otra una bolsa con bolsas para recoger las deyecciones sólidas de su chucho.

“Vaya, una mujer consecuente” piensa Pedro

El perro se detiene a unos metros frente a Pedro y procede a pegar las posaderas al suelo. La chica le deja obrar, como no podía ser de otra forma. Y el perro excreta un mojón que así a ojo pesará unos 175 gramos. Pedro tiene buen ojo para el peso, lo ha desarrollado ejerciendo su profesión hortícola.
El animalito acaba y respira aliviado. Y chica y perro siguen su camino.

“Disculpe. Veo que lleva usted bolsas para la caca. ¿No va a recoger la deposición de su mascota?”
“Noooooo. ¿Pasa algo?”

Pedro no responde. Y piensa. “No, no pasa nada. Pero va a pasar”

A distancia, Pedro sigue a la propietaria y al can. Hasta que llegan al casco urbano y se adentran en él. Y Pedro sigue a la chica hasta que localiza el bloque donde vive. Pedro vuelve al punto de partida y recoge la mierda en una bolsa. Y nuevamente vuelve al portal. Espera a que salga una vecina. Y se dirige ella

“Buenos días amable señora”

Pedro dedica la mejor de sus sonrisas y la señora cae epatada ante la contemplación de semejante galán.

“¿Qué puedo hacer por usted? Pida lo que desee”
“Solamente deseo saber si aquí vive una chica con una perrito que…..bla bla bla” Pedro describe al perro y a la propietaria
“Sí. En el ático H”

Pedro espera a que se vaya la señora y timbra en un segundo piso

“Digaaaaa”
“Propaganda comercial. ¿Me puede abrir por favor?”

Y accede al portal. Busca el buzón del ático H y mete la caca de perro dentro del mismo
Y Pedro se larga sonriendo y pensando en la pequeña travesura que acaba de cometer. No es venganza, es un acto de generosa enseñanza.

Y bueno, un poco de venganza también.

(*) El protagonista no fue servidor de ustedes, fue un amigüito

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