lunes, 8 de julio de 2013

de cómo Salazar protege a los ciudadanos y estos lr corresponden



Pedro Salazar Ibiricu ha dejado su DKV en el taller. Son muchos kilómetros los que lleva en su baca y la pobre necesita una puesta al día

Nuestro buen amigo Pedro podría usar su exclusivo audi A12 pero ha decidido utilizar el transporte público. Ecológico, barato y seguro, sobre todo seguro. Y además, se conoce gente. A Pedro le gusta hacer nuevos amigos.

Hoy es un sábado por la tarde. Calor, mucho calor. Pedro accede a la villavesa, saluda al conductor, paga su billete y se dirige a la parte trasera del vehículo. A Pedro le gusta este lugar porque le permite observar. Siempre que observas aprendes algo.

Una cuadrilla de jovencitos sube en la siguiente parada. Es curioso piensa Pedro. Pasan los años y los jóvenes siempre son iguales. Su actitud siempre es contestataria y rebelde. Siempre en contra del “sistema” establecido. Su música, sus gustos a la hora de comer o beber, su moda, su cine, sus lecturas… siempre son diferentes de sus padres. Pero en esencia siempre la mayoría de la juventud es buena. Pedro piensa en la inocencia de estos jóvenes al pensar que pueden cambiar algo. Y Pedro los califica como los que son, buenos chicos aunque un poco ingenuos. Los chavales se sientan y en último lugar entran dos personas ancianas y una mujer embarazada. A los jóvenes les falta tiempo para amablemente ceder su asiento a estas personas. Los que van sentados charlan entre ellos en voz queda para no molestar al resto de los viajeros

“Gente maja” piensa Pedro.

Todos los viajeros han observado a Pedro con cierto desagrado. Su aspecto y su hedor no es nada agradable. Pedro sonríe para sus adentros. Se siente tranquilo bajo su identidad secreta.

En la siguiente parada toman el bus dos sudamericanos y un gigante que, por su color negro azulado, Pedro estima que es senegalés. Y tras ellos un joven con muletas y una chica con un bebé. Los sudamericanos ceden encantados su asiento a estas dos personas.

“Gente maja” piensa Pedro

Tercera parada. Cinco camisetas reivindicativas de todo menos de más democracia suben al bus. Tras dirigirse de malos modos al conductor pasan al interior y empujan a dos chicas del primer grupo. Las carpetas, los libros y un teléfono ruedan por el suelo. Hacen levantar a un grupo de señoras y ocupan su sitio. El senegalés es blanco de sus burlas y ante la mención del chofer de poner orden su actitud violenta se acrecienta. Lo dilatado de las pupilas de los jóvenes demócratas no invita al diálogo ni a razonar con ellos.

“Colegassss, vamosss ha hacer una colecta para un buen fin. No quiero ver moneditas, que me rasgan el bolsillo del pantalón. Así que bishetesss”

Pedro se levanta y se dirige cartera en mano hacia el amable orador. Entrega un billete de diez euros y sigue hasta el conductor

“Caballero, le ruego que modifique la ruta y se dirija hacia el edificio de urgencias”
“¿Cómo dice?”
“Zona hospitalaria, edificio de urgencias. Sección dental si es posible. Tomo prestada la manivela del gato señor. Es un momentito”

La velocidad es fundamental, cinco, aunque drogados, no es número pequeño. De abajo arriba la manivela describe un arco y encuentra una mandíbula. Fuera de combate. Patada en la espinilla al segundo y cae al suelo. Este lo remataré luego. Los otros tres no son mancos, un puño americano y dos navajas de mariposa aparecen en décimas de segundo. Pedro ha subestimado al contrario y se ha metido en un fregado que no tenía calibrado. Inesperadamente uno de los de la navaja de mariposa cae al suelo. Una de las chicas le ha metido un bolsazo en la cabeza. Ante el desconcierto momentáneo, Pedro, hombre entrenado, aprovecha la oportunidad e incrusta la manivela al del puño americano en la frente. Quena uno en pie y el de la espinilla. Décimas después, el que maneja la última navaja asciende en el aire y se fractura el cráneo contra el techo del bus. Por obra y gracia del gigante senegalés que lo ha lanzado hacia lo alto. Y el cojo de la muleta golpea al de la espinilla que se intenta levantar tras recuperar una navaja. Fin del match por cinco a cero. Nada como el trabajo en equipo.

“Buen golpe chica. Eres fuerte”
“Supongo que la plancha que llevo a reparar dentro del bolso ha ayudado”
“Última parada y fin de trayecto. Hospital de Navarra” anuncia el conductor por megafonía

“¿Usted no es el vendedor de achicorias que viene los martes al mercado a Ablitas?”
“Se equivoca señora. Soy un simple ciudadano”
“Pues con lo valiente que es usted ya podía lavarse un poco, marrano más que marrano”
“Nadie es perfecto buena mujer”

Pedro reflexiona mientras se dirige andando al taller a recoger la DKV y piensa en que en esta sociedad en que vivimos estamos acostumbrados a que los bomberos apaguen nuestros fuegos, los policías nos defiendan, los maestros enseñen a nuestros hijos y las ambulancias lleven a los heridos. Pagamos por ello y esperamos que hagan su trabajo. Pero hay momentos en que nos guste o no cada uno debemos asumir responsabilidades. Y nos guste o no, el sentido de una sociedad es ayudarnos y protegernos de los que deciden vivir aparte pero aprovechándose del sistema.

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