jueves, 10 de marzo de 2016

Capítulo ducentésimo noveno "Veces que he pasado vergüenza propia"

Música de hoy, una cantante senegalesa, Paulette. Suena bien para estas horas




Tan recomendable es viajar solo como hacerlo acompañado. Pero viajar solo es una gran experiencia, normalmente empiezas tu viaje solo y siempre acabas acompañado. Y aparte de eso, te procura una gran higiene mental; te obliga a abrirte y dejas de escuchar las mismas conversaciones de siempre. El viaje a Senegal lo hice "solo", eso es, me integré en un grupo en el que no conocía a nadie. Como os digo, fue una gran experiencia.

Pues en Senegal es donde ocurren los hechos a continuación se narran

Senegal es un bonito país, con gente agradable y tranquila y con una gastronomía que es todo un placer para los sentidos. Digo bien en plural, un plato senegalés no solo se degusta, es también un espectáculo de colores. Como lo es ver cualquier calle o cualquier mercado de la zona; toda una paleta de pintor en cuanto a gama cromática se refiere. 

Amén de esto, África es un sitio bastante seguro para moverte. Son gente tranquila, eso sí, cuando se monta la degollina lo hacen a conciencia. Pero a ti, al turista despistado y con cara de tonto te dejan tranquilo, que no en paz. El africano es una persona con mucho tiempo, y todo ese tiempo lo dedica a lo que más les gusta, que no es ni más ni menos que hablar. Una conversación con un paisano en áfrica sabes cuando empieza pero no cuando acaba. Y siempre es en buen tono. Como os digo, África es un continente tranquilo cuando evitas zonas de guerra. No hay sensación de peligro, no es como sudamérica en la que te atracan a la mínima.

Un día dentro del programa del viaje estaba la visita a la Isla de Goreé, la isla de los esclavos. Tiene la triste fama de ser el punto de carga de los cargamentos que los negreros hacían en África para transportarlos a América. Es una isla que está a pocas millas de la costa, o sea ideal para el tema ese de ser una cárcel de tránsito. 

El paso a la isla se hacía en una pequeño vapor. Como tiene mucho tráfico, es un barquito bastante nuevo. Todo blanco e inmaculado y lo recuerdo muy limpio. Bastante lleno y como os he dicho más arriba, toda una paleta de colores conformados por los tonos de los vestidos de las mujeres. 

Subí al barco y busqué un asiento. Me tocó al lado de una mujer que parecía mayor, negra como un tizón, un poco entrada en carnes y vestida como os digo, con colorines chillones. 

Empezó la corta travesía y llegando a la isla me puse en pie para hacer alguna foto al muelle cuando llegábamos. Como yo soy de talla pequeña frente a lo que es habitual en ese país, me puse en pie sobre el asiento del barco. Hice mis fotos y me volví a bajar del asiento. Estaba yo en pie, al lado de la señora y del asiento que hasta hacía unos segundos había ocupado, limpiando la lente de la cámara. 

En ese momento la señora, con una dignidad tremenda, sacó un trapo de su bolso. Y para mi vergüenza se puso a limpiar el asiento que yo había manchado con mis zapatillas. Hizo esto sin decirme nada y sin mirarme. Y me fijé que unos cuantos pasajeros, descendiente de aquellos esclavizados, me observaban. Había manchado SU bonito barco, yo, un educado, universitario y para sus ojos rico europeo. 

Las escena duró unos pocos segundos, pero sentí ganas de que me tragara la tierra. Cogí el trapo de la señora, le pedí disculpas y acabé de frotar el asiento. Como os digo, me sentí como un gañán mal educado entre aquellas personas. Y lo peor, que tenían razón

Viajar a África no es caro y es toda una experiencia. Como os digo siempre, de allí venimos los seres humanos. Y aquel día me dieron toda una lección.


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