jueves, 2 de mayo de 2013

De como Salazar invierte su fortuna



Hoy España entera está indignada. Se ha vuelto a juzgar al asesino confeso de una niña andaluza y ha salido en libertad.

Pedro Salazar Ibiricu, el magnate de las achicorias, destina todos los años una cantidad de su ingente fortuna a contratar al mejor gabinete de abogados criminalistas europeos para defensa de un caso imposible elegido al azar. Tiene una fundación para este fin.  Y ha sido el azar quien ha determinado que el patrimonio del magnate de las achicorias se destine a revisar el caso de M.C.

Nada como el dinero para reabrir lo cerrado, sembrar dudas razonables en el jurado, crear sospechas e invalidar pruebas. La justicia es igual para todos, pero si tienes el mejor grupo de abogados que hay, la medida será diferente.

Los dos inspectores de policía que han llevado el caso asisten con estupor a la salida de M.C. de los juzgados de Sevilla. La gente clama indignada. Pero el resultado del juicio ha sido el que es, pruebas invalidadas y la libertad para M.C. Un asesino confeso, en la calle. Este hombre alza los brazos como un triunfador y lanza un beso a la muchedumbre que lo increpa. Está en libertad. El dinero, todo lo puede.

Uno de los policías se fija en un exclusivo audi A12 con los cristales tintados.

“Salazar. Maldito Salazar. Tú y tu puto dinero”, piensa. Y se dirige al automóvil

“¿Por qué ha hecho usted esto? Tenía cientos de causas de otras personas con dudas más que razonables y destina su dinero a la defensa de esta alimaña”
“El azar lo ha determinado y se va a hacer justicia” contesta Salazar

El inspector valora la posibilidad de meterle una ostia y abandonar el oficio, pero tiene hipoteca e hijos estudiando, tiene que tragar y olvidar.

Pasan las semanas. El policía abre el periódico matutino y se le cae la galleta maría dorada marbú a la bandeja de desayuno. M.C. ha aparecido muerto en un descampado en las afueras de Sevilla. Con una horca clavada en la garganta.

El periódico habla de que le dieron un palizón antes de matarlo, pero que en la muerte no hubo ensañamiento. Fue una ejecución, simplemente  el verdugo apoyó las púas en el cuello de M.C. y empujó con el pie. Un corte limpio de la tráquea y seccionamiento de las yugulares. Diez segundos de agonía.

No hay sospechosos. No hay huellas en el mango de la horca. No hay pruebas. Solo unas rodadas de unos neumáticos antiguos que el laboratorio atribuirá a un viejo modelo para DKV.

El inspector exhala el aliento. No puede acabar el desayuno. Se dirige a su buzón y abre una carta sin remitente. El matasellos es de una oficina en el extranjero. La abre y solo hay una frase.

“Éxodo 21-23”

Va a la estantería y coge un ejemplar de la Biblia que lleva muchos años allí.

21:23 Más si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida,
21:24 ojo por ojo, diente por diente,  mano por mano, pie por pie,
21:25 quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.

Reflexiona y comprende que Salazar le dijo una verdad y una mentira. Y comprende que cuando le habló de la justicia no se refería a la actual justicia, sino a las viejas y arcanas costumbres. Esa era la verdad: se ha hecho justicia. Las viejas normas no se podían llevar a cabo con M.C. en prisión, pero estando en la calle sí.

La mentira fue que el azar tuviera algo que ver. Fue Pedro Salazar Ibiricu quien eligió a M.C.

Ese mismo día, otra carta llega al Juzgado de Sevilla. Sólo hay unas coordenadas GPS. En ese lugar, se encuentra el cuerpo de la niña asesinada.

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