lunes, 20 de mayo de 2019

Capítulo ducentésimo séptimo quinto: "El que pierde, sale"

Música de hoy, pues hoy no hay música. Para unos es sonido y para otros ruido. Hoy el sonido (o ruido) del futbolín


Partida a cara de perro. Foto de Gema



Hay cosas que nunca deben faltar en la bolsa de viaje de un viajero. Cosas que, como es mi caso, normalmente languidecen en el fondo de la mochila. Y esa somnolencia es por que todo está funcionando bien. Dentro de ese kit que yo llevo en la bolsa de viaje es un trozo de veinte metros de cordino o cuerda paracord, una docena de pinzas para la ropa, un rollo de cinta americana, una bobina de alambre y....... una baraja.

La baraja puede llegar a salvar un viaje cuando el aburrimiento se cierne sobre el grupo. Luego podrán venir discusiones acerca de si se juega al mus a ocho reyes (cosa que odio) o a cuatro (cosa que es como Manitú manda y como se practica en Navarra).  Pero esas discusiones también sirven para mejorar el aburrimiento que te ha obligado a sacar el mazo de cartas

Tengo que decir antes de seguir adelante que en niguno de los últimos viajes que he hecho he necesitado ni sacar el mazo de cartas ni hacer la colada. No ha habido lugar al aburrimiento y o hemos conseguido alguien que nos lavara la ropa o directamente me he aguantado yendo un poco mas puerco de lo normal, que tampoco pasa nada

Pero sí que en los viajes hay que estar prevenido para el hastío. Cuando te has pegado dando botes o en un autobús desvencijado o en un todoterreno que tiene las ballestas reforzadas con trozos de madera a lo largo de diez y once horas el hastío puede causar un cataclismo en el grupo con el que viajas. A la mínima alguien salta y...... se jode el tema.

El segundo día de viaje nos pusimos en marcha de Tana, la capital, hacia Ankavandra, donde íbamos a coger nuestras canoas. El viaje en total son unos doscientos treinta kilómetros. Nada, dos horas y cuarto respetando las normas en España pero veinte dando brincos en Madagascar. Evidentemente no hay ningún seguidor de manitú que resista veinte horas en un coche, así que a mitad justa del trayecto hay una pequeña ciudad de nombre Tsiroanomandidy. Ese era nuestro lugar de pernocta, en el mejor hotel de la ciudad. Así que dado que era el mejor, tampoco era cuestión de quejarse y a todos nos pareció estupendo.

Después de diez horas de baches tocaba salir por el pueblo a estirar las piernas y volver a poner las articulaciones en su sitio. Así que iniciamos el periplo por tan pintoresco lugar. Un cercado para las vacas el día de mercado, una calle con tiendecitas con los trastos en fuera, un montón de críos correteando en torno nuestro.... de lo mas simpático el lugar.

Y había algo que viene a ser como la plaza del pueblo nuestra, el lugar de reunión. Y allí nos encontramos y para nuestra sorpresa con algo tan español y tan antídoto contra el aburrimiento como es el futbolín. En mitad de ningún lado y a cien kilómetros de ningún sitio, esa reliquia de los billares que tanto gusta independientemente de sexo, condición o edad. 

Un, no voy a decir flamante, futbolín. Reparado y con mil parches, como no puede ser de otra forma en malgachelandia, pero todo un futbolín

Y es obvio decir que los vazahas blancos nos apuntamos a la partida y que el sistema de funcionamiento era similar al nuestro. O sea que cada bola era un match y el que perdía salía

Es increíble como una partida de futbolín puede cambiar los rostros y el temple del viajero. 

Por cierto, que esa noche en el hotel Marta nos mostró una planta que tenían allá mismo, en el mismo hall de hotel. Una planta llena de ponzoña que sirve de alimento exclusivamente a los rinocerontes, que son los únicos a los cuales la toxina no les afecta. Pero el veneno que tienen, una especie de látex blanquecino que está por toda la planta, es tremendamente efectivo y peligroso.

Cosas que se aprenden por los viajes


Otra foto del evento. 

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