Un día entrevistaban a Adolfo Suáarez y el del micrófono le preguntaba qué es lo que más echaba en falta tras el paso de presidente de gobierno a ciudadano a secas. Y el señor Suárez contestó llanamente:
"Mandar. Es lo que más se echa en falta"
No dijo el poder o las adulaciones o el dinero o..... lo que fuera. Lo que más se echa en falta es mandar. Vamos, lo que en Peralta Monumental decimos
"Mandurrutear"
Nada como mandar. De eso va hoy el tema. De grandes mandones que en la historia han sido.
Tengo un amigo que dice que para ver si alguien manda o no, hay que mirar la moneda del país. Si en los billetes sale tu cara, es que mandas mucho. Ahí teníais a Franco y después a Juan Carlos, con su busto en las monedas. Hoy en día en ningún país ni democrático ni en la senda de serlo sale el sátrapa de turno. Tienes que ir a sitios tan edificantes como Kazajistán o Corea del Norte para encontrar a algún demócrata legislador en ellos. Bueno, perdón. La Reina Isabel sale en los billetes, pero es que los británicos son así, van por el otro lado, miden en inches, pesan en pounds y para apretar una tuerca la aflojan.
Pero en otras épocas lo habitual era que si mandabas, salieras en las monedas. Así el pueblo, o populacho, tenía claro quien era el que estaba a cargo y gracias a quien ese triste trozo de metal tenía el valor que ponía. Si eras el Emperador Carlos I, se tenía que notar. Que para eso lo eras
Ahora bien, para encontrar gente que mandaba del todo hay que irse al mundo antiguo. Nada como ser un faraón, nada como esa sensación. No solo mandaban en este mundo, si no que además eras un dios. Y para que se notara te llevabas el séquito al otro mundo para que te hicieran compañía. Eso era mandar
Os voy a contar la historia de alguien que mandaba mucho y a quien no se le podía llevar la contraria. Os hablo de Ciro II el Grande, que ya solo por el sobrenombre os podéis hacer a la idea de que no era un cualquiera. Esto ocurrió 540 años antes de Cristo
Pues un buen día iba nuestro amigo Ciro por Persia liado son sus conquistas, batallas y masacres. Total que camino de Babilonia, a la que iba a dar caña, acampó con su ejército en la orilla del río Diyala, ese que veis en la foto de arriba. Os podéis imaginar que el nivel de urbanización no era el de hoy y la única forma de cruzar un río era en barcas.
Allá estaba el ejército de Ciro preparando el tema cuando a uno de los caballos blancos sagrados del rey le entró la ventolera y salió en estampida hacia el río. El caso es que al animal lo pilló un remolino y acabó ahogado
Ciro montó en cólera por el hecho. A ver que se ha pensado ese río que es, que osa desafiarme matando a uno de mis caballos. Esto no puede quedar así; pensó nuestro amable rey.
Y, literalmente, condenó al río a muerte. Y ordenó a sus tropas que lo ejecutaran
Así que se olvidó de asediar Babilonia, cosa que los habitantes agradecieron, y dividió a su ejército en dos, una parte en cada orilla. Y ordenó excavar 180 acequias en dada orilla, de tal forma que el río ahora en vez de ir por el cauce, tenía 360 cauces. Tres meses se pegaron los soldados cava que te cava y al final acabaron la obra. Tras esto, el río se podía cruzar sin mojarte casi ni los tobillos. Lo habían matado
Así las gastaba Ciro II, el Grande. Que salao ¿No?
Esta historia ha llegado a nuestros días en las crónicas de Herodóto de Halicarnaso. Nos contó la historia de un mandurrutón.
Eso es mandar, y lo demás na.
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