sábado, 10 de mayo de 2014

Capítulo nonagésimo séptimo “Si es que algún día me parten la cara”

Vacaciones se Semana Santa por la España profunda. La época en la que todavía los amogollamientos en Semana Santa no eran por toda la península. Aún quedaban sitios en los que se podía disfrutar de la tranquilidad y sin colas.

Elegimos para esas vacaciones el Valle del Jerte. Hoy es un destino turístico por excelencia, y mira que es bonito. Pero también parece que a fecha de ahora si no has visto “elmaravillosoespectaculodeljerteconloscerezosenflor” no eres nadie ni nada en el mundo de los viajeros.

Pues yo no he visto ese espectáculo, hala. Y es estado unas cuantas veces por ese andurrial. Pero ya, a mis treinta y pocos años, me he vuelto un viajero un poco atípico. Huyo del turismo cultural y del de paisajes. No me aporta nada. Sin embargo disfruto de viajar a sitios donde la gente es diferente. Y en aquellos años, en Extremadura se notaba diferencia. A fecha de hoy, afortunadamente para esa región, ya no.
Pero bueno, a lo que vamos

Habíamos preparado para comer un repugnante rancho que consistía exclusivamente en patata cocida con un cordero que debió ser mascota de Viriato, el pastor lusitano. Como os digo, estaba asquerosamente malo. En mi vida he probado algo tan grasiento y espeso. Pero bueno, como había hambre el instinto de supervivencia te empuja lejos. Comimos lo que pudimos.

Y tras esa experiencia culinaria tan amarga, se impuso un paseo para hacer la digestión de tan insigne carnero. Estábamos en mitad de un valle, al fondo de un camino sin asfaltar y al lado de un riachuelo. Cogimos un mapa (craso error) y vimos que en lo que parecía cerca había un molino. Así que nos pusimos en marcha para localizar tamaña construcción. Parecía que estaba al otro lado del valle (jejeje)

Al poco rato, ya estábamos como siempre, o sea, perdidos y desorientados. Se impone la cordura

“Si hemos subido, bajamos por aquí y llegamos al camino. Luego tomamos el camino en dirección ascendente y llegamos a los coches”

Parecía lógico. Y así procedimos. A bajar a la brava por la ladera boscosa y matorralosa. Al poco rato vimos el camino. Y yo, de un grácil salto me planté en mitad del mismo con la sensación de victoria.

Me giré y contemplé el espectáculo de un jovenzuelo con gafas y con los pantalones por los tobillos, en cuclillas, con un papel en una mano y con una caca aún humeante debajo de las nalgas. Y con cara de absoluta sorpresa al haber sido pillado en tan indecorosa posición.

Lo miré

Me miró

Y fue cuestión de décimas de segundo. Ni lo pensé. Lo juro por lo más sagrado que lo hice sin pensar. Me eché la cámara al ojo, apunté, enfoqué y disparé. Y obtuve una fotografía del alegre lugareño en esa situación tan humillante.

Al pobre hombre se le puso una cara tremendamente triste. Entreabrió la boca intentando como clamar por su dignidad. No podía articular palabra ante la felonía de la que había sido víctima. Creo que intentó suplicar que no lo inmortalizara en esa posición. Pero no. Se ganó la foto.

Segundos después  apareció otro amigüito que iba conmigo. Al contemplar mi fechoría se dio media vuelta. Yo lo seguí y allí se quedó el pobre hombre que no daba crédito a lo que le habían hecho

“Algún día nos van a partir la cara por tu puta culpa. No tienes idea buena”
“Jo. Quesque lo he hecho sin pensar”
“Mira que tienes una mente retorcida ehhhh. Bueno, ya me enseñarás la foto”
“Bueno. Ya la verás”

Acabó el día entre copas, risas, comentarios del hecho, más risas y muchas más risas. Y todo el mundo diciendo que qué malas ideas tenía. No fue una idea, lo rejuro. Fue algo instintivo. Si lo pienso, no lo hago.
No sé que fue del caganet. Supongo que no me habrá olvidado. Creo que ese día vio al demonio encarnado en mi persona.

No soy tan malo. De verdad. Un poco travieso a veces

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