sábado, 22 de marzo de 2014

Capítulo nonagésimo cuarto “Formas de trato cuando te emborrachas por el mundo”

Este capítulo es fruto de mi propia experiencia y de la de un amigüito.

Un día comentando nuestras experiencias viajeras, un amigüito contó un suceso que le había tocado ver en la civilizada Finlandia. Era un viaje de trabajo, pero de trabajo trabajo. O sea, que tiempo para turismo, cero. Bueno, resulta que en Finlandia en otoño para las tres de la tarde es de noche. El ritmo de vida es otro que en los países meditarráneos, no ven el sol prácticamente en medio año. Así les va a los civilizados fineses, tienen un índice se suicidios brutal. Y el nivel de trasegar destilados entre el personal también es bastante elevado.

De hecho en Noruega el alcohol se vende en tiendas del gobierno, como los estancos. He tropezado con personas que se financiaron el viaje a los países bálticos a base de contrabandear con whisky comprando en España y revendido en Noruega. Si es que no tenemos remedio los españoles

Pes eso, nos describió una situación que vivió en un bar en Helsinki. Un día, después del curro salieron a tomar algo. Una sola bebida, dado que los precios están prohibitivos en ese país. Después de con su santa paciencia enseñarle al barman a preparar un cubalibre en condiciones vivieron la civilizada experiencia.

Un parroquiano se derrumbó en el suelo cuan largo era. La borrachera había degenerado en coma etílico y el pobre hombre no es que no se tuviera de pie, es que no se tenía sentado. Y acabó en el santo suelo durmiendo la moña tras pergarse una considerable costalada.

Nadie dijo nada en el bar. Estos se quedaron contemplando la escena. Y antes de que que hicieran nada, el camarero salió de la barra. Levantó al trompetilla por los sobacos, lo aupó, lo sacó arrastrando los pies y lo dejó en la calle, bajo un considerable frío y empezando a nevar. Y nadie puso cara rara. Era lo habitual. Si acababas en el suelo producto de todo lo que te habías bebido, directo a la puta calle. Sin contemplaciones e hiciera la rasca que hiciera.

A mí me tocó otra escena similar en el incivilizado, inculto y tercermundista mundo. En Nepal.

Acabada la jornada acabamos en una pensioncilla. Merendamos  y empezó la tertulia con el resto del personal. Había nepalíes y había otro excursionista. En un rincón, un oriundo dándole duro a un destilado infecto que hacen allí, el raksi. Es un destilado casero que lo hacen del arroz o del mijo. Como todo lo casero, oscila entre malo y repugnante. Yo lo probé en un par de ocasiones y mira como tiene que ser de malo que no me gustó. Tienen una cosa parecida a la cerveza, el chang, que en realidad sabe como a una sidra aguada. Esto se puede consumir. Está decente

Bueno, que me voy por las ramas. Allí estaba el señor que ya se había libado unos cuantos decilitros de raksi. Y acabó doblando el lomo en un rincón, se tumbó en un sillón y se puso a roncar. Salió el dueño de la pensión con una manta y lo tapó. Y le puso una toalla bajo la cabeza para por si aca. Y allí se quedó durmiendo tan ricamente.

Pasada una hora u hora y media espabiló. Se incorporó como pudo y se nos quedó mirando con la mirada esa que tenemos tras cogernos una curda. Ese mirar y no ver es internacional. Y volvió a salir el dueño de la pensión y apareció con un tazón de caldo con fideos y un poco de té. El parroquiano dio cuenta del refrigerio, se levantó, fue al baño y salió con la cara lavada y sin legañas. Pagó la cuenta, se despidió y se largó por su propio pie.

Ya veis amigüitos, que diferencia entre la civilización y la barbarie. Si es que no me extraña que esos países estén como están.

Ya podían aprender de nosotros.

Ahora en serio. En Nepal la solidaridad y el ayudarse entre todos en imprescindible, y así lo han aprendido desde pequeños. Simplemente, vivir allí es tan duro que o te ayudas entre todos o desapareces. Y en los países nórdicos hasta hace unos decenios era también así. Hasta que el progreso hizo desaparecer esa necesidad de colaboración mutua. Y en esto hemos degenerado en todos los sitios

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