viernes, 17 de enero de 2014

De cómo la naturaleza arregla lo injusto

M.B. está relajado y tranquilo, muy a gusto. El fuego de campamento es propicio para eso y el lugar donde él se encuentra, el delta del Okavango, en Botswana, más aún

El gran pantanal africano, un paraíso de la biosfera y la meca de cualquier cazador. Su meca. M. B. recuerda sus años de gloria con añoranza. Siempre que le preguntan qué echa de menos de ese tiempo responde los mismo: mandar y las adulaciones. Recuerda sus inicios y como poco a poco fue ascendiendo. Y recuerda el culmen de su poder, la presidencia de una de las grandes cajas de ahorro españolas

Uno de pilares del éxito es la pura y dura suerte, y M.B. siempre se ha considerado un hombre afortunado. Ha sido la suerte la que le ha hecho rodearse de otros que han triunfado en política y él se ha sabido aprovechar de esos triunfos. Amén de que no es un hombre cicatero, siempre se le ha reconocido por la largueza en sus recopensas por los favores otorgados

Sonrie mirando el fuego y  recordando el destino que ha tenido un juez que osó mandarlo a la cárcel. Tampoco le guarda rencor, él se considera por encima de esos sentimientos humanos. Pero eso es una cosa y otra es perdonar. Y M.B. jamás ha perdonado a nadie.

Sonrie al recordar las imágenes de políticos de uno y otro partido reclamando justicia sobre  su caso. Puro teatro. Todos han comido de su mano y de todos conoce secretos. Si algo tienen claro es que tiene que pasar por un pequeño calvario mediático, pero que ni él ni su patrimonio van a verse menguados

M.B. está a gusto en Africa. Esa inmensidad y el poder que confiere llevar en las manos un gran rifle express para abatir fieras no se puede comparar con nada. Una jornada de caza disfrutando de privilegios que algunos ni con dinero pueden comprar es impagable. M. B. se dirige a su guía de caza. No es el habitual, uno nuevo, pero muy buen profesional como le ha demostrado a lo largo de estos veinte días

“Mañana quiero salir al veld alto. Quiero intentar matar un león en ese terreno, entre las malezas altas”
“Disculpe señor. Cazar ahí es una irresponsabilidad. Estaremos en inferioridad frente a cualquier gato grande. No lo veremos hasta que esté encima. Y probablemente los cazados seamos nosotros”
“Quiero emociones fuertes. Se supone que usted es un buen guía de caza y para eso le pago lo que le pago”
“Paga por cazar y paga por que yo lo mantenga a usted con vida. Eso que pretende es muy arriesgado”
“Lo dicho. Mañana quiero cazar en el veld”

Al día siguiente de madrugada inician la jornada. M.B. y su guía. Solos. El resto de la expedición no quieren ni oir hablar de semejante locura. Meterte entre la hierba de más de dos metros de altura buscando a un par de viejos leones machos que ya han matado a varios nativos es un suicidio. Y todo por el afán de hacer algo que el resto de los mortales no se atreve. Pero M.B es de todo menos un cobarde, y siempre le ha gustado presumir de hacer lo imposible.

Una hora de todoterreno e inicio de la caminata a pie. En diez minutos empiezan a sudar como bestias. M.B. empieza a pensar que quizás se le ha ido la mano. Cazar en este terreno es un suicidio. Ve a su guía a su derecha y cree oir un rumor a la izquierda.  Se encara el rifle y vuelve de nuevo la cabeza a la derecha buscando el apoyo de su guía. Pero no está.

“¿Qué pasa aquí?”

Lentamente mueve el arma trazando un arco. De repente su oído se ha vuelto mucho más fino y sonidos que antes no apreciaba ahora resuenan en su cráneo. Su respiración se acelera y la adrenalina fluye por la sangre. Y vuelve a localizar a su guía. Sus miradas se cruzan. Pero advierte que no lo mira a él, que mira tras él. Y curiosamente tiene el rifle bajo. Gira la cabeza y lo único que advierte son dos sombras que se le vienen encima, precedidas de unas garras y unos colmillos. Es lo último que M.B. ve antes de que dos viejos leones le caigan encima

El guía retrocede despacio. No hay peligro, las fieras tienen lo que querían, alimento. Ve como uno de los leones abre el paquete intestinal de un zarpazo y oye el sonido del cráneo al reventar bajo las poderosas mandíbulas del segundo

Vuelve al campamento y narra lo sucedido a la esposa de M.B. por teléfono satélite. Nada se puedo hacer y su marido murió haciendo lo que le gustaba.

“Eso es un pobre consuelo. De todas formas estoy segura de que con usted estuvo en muy buenas manos y que sus servicios son los mejores que se pueden contratar en África.”
“Hago lo que puedo señora.  Mis condolencias”
“Muchas gracias señor Salazar”

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