miércoles, 20 de noviembre de 2013

Maldita viruela



Liado estoy con el libro que recomendó nuestro amigüito Nacho, “Armas, gérmenes y acero”, de Jared Diamond. Una perspectiva del porqué (evidentemente, desde el punto de vista del autor) se han desarrollado los diferentes grados de civilización en los diferentes sitios del mundo. Muy interesante.

Os sugiero un ejercicio. Bajáis a la biblioteca e id a la sección de historia. Buscad alguna colección de las gordas, de las que tienen muchos libros. Podréis ver que la si la historia hasta el siglo XVIII ocupa ocho tomos, desde entonces hasta ahora ocupa veinte. Es un símil, no sé el tamaño, pero lo cierto es que desde ese siglo hasta nuestros días el mundo y la historia han ido mucho más rápidos. 

Hasta ese siglo el mundo vivió bajo una capa de superstición, tiranía, pobreza y miseria. La esperanza media de vida eran cuarenta y pocos años, la tasa de mortalidad infantil bestial y los que sobrevivían lo hacían pasando su existencia sojuzgados por los diferentes poderes que se amparaban bajo las creencias de que uno o varios dioses eran los que marcaban el destino de las personas.

Pero en esas fechas llegó algo que cambió por completo la visión de la vida: el descubrimiento del método científico y la base de todo lo que es la investigación. Esto no es ni más ni menos que la duda, el escepticismo y el pensamiento racional.

Una de las grandes “plagas” que azotó a la humanidad fue la viruela. Entrecomillo la palabra plaga precisamente por eso, porque se consideraba un castigo divino. Esta enfermedad diezmó Eurasia y África durante siglos. Posteriormente en los galeones de los descubridores alcanzó América y redujo la población indígena brutalmente. Tal era el temor a la viruela que muchas veces no se inscribía a los niños en el padrón hasta que hubieran superado dicha enfermedad. La tasa de contagio y mortalidad era terrible. En una de las plagas, en Berlín, llegaron a morir hasta un 98% de los niños que contrajeron la enfermedad.

La supersticiosa sociedad de la época consideraba este mal fruto de su pecaminosa vida. Y así iban las cosas.

Un médico griego, Tucídides, observó en el siglo IV AC que los pacientes que había sufrido viruela y no habían fallecido no la volvían a padecer. Ya en Turquía en el siglo X se procedía al “arte” de la variolación. Esto es, exponerte a una viruela que se suponía “suave”, pasar la enfermedad e inmunizarte. Tenía una pega, una alta tasa de mortalidad. Aunque a veces era inferior a la de la propia viruela, otras se llevaba por delante a todos los variolados. O sea, mal mal. 

Hasta que llegó el señor Edward Jenner. Un médico inglés seguidor de las teorías de la Ilustración y del pensamiento científico. Este señor observó que las chicas que trataban con el ganado de leche contraían una enfermedad de síntomas muy similares a los de la viruela (pústulas y algo de fiebre), pero en una variedad mucho más leve. Y que tras pasar esta “viruela leve” la viruela heavy metal no las afectaba. Así que ni corto ni perezoso procedió a inyectar al hijo de su jardinero pus de las pústulas de una de estas chicas que estaba pasando la enfermedad. El chico enfermó de la variedad leve. Y el médico siguió con el experimento inoculando al chico la variedad fuerte de la viruela. Y funcionó, el chaval no enfermó. Estaba inmunizado, aunque esta palabra se acuñó mas tarde. 

Animado repitió su experimento obteniendo siempre los mismos resultados. Esto transcendió y el éxito estuvo asegurado. 

Así y poco a poco se inició a lo largo de los siglos venideros campañas de inoculación a nivel mundial. Esto nos ha llevado a donde estamos hoy, con la viruela erradicada de la faz de la tierra, a excepción de algunas cepas que se han guardado “pa por si aca”. Un final feliz.

Y todo esto vino del espíritu racional de un hombre, de la observación y de la experimentación. La “plaga” y el “castigo divino” fueron vencidos por la ciencia.

Si os fijáis en todo lo que he escrito anteriormente no aparece la palabra “vacuna”. Lo he hecho adrede. Lo he dejado para casi el final. ¿Porqué? Por la etimología de la palabreja. Sí señor. “Vacuna” viene de vaca, ni más ni menos. De las vacas que ordeñaban las chicas que contraían ese virus domesticado que no mataba y que prevenía de la muerte. Así que cuando veáis una vaca miradla embelesados y recordad con agradecimiento que no sólo dan leche, carne y cuero. También nos dieron la cura contra las “plagas y castigos divinos”. El ganado vacuno es la leche

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