jueves, 24 de octubre de 2013

De cómo Salazar se apunta al reciclaje



Pedro Salazar Ibiricu, llevado por su alto nivel de civismo, ha decidido cumplir las normativas vigentes en torno al reciclaje doméstico. Provisto de los manuales de reciclaje de la mancomunidad donde reside y de su sentido común, toma su DKV y se dirige a una ferretería de su pueblo a comprar lo necesario. Pedro siempre que puede compra en los comercios de su villa.

Adquiere un cubo azul para los envases de plástico, otro amarillo para los de vidrio, otro marrón para el resto y una  pequeña estantería para el papel y cartón. Pedro regresa a casa y deja el marrón bajo la fregadera y los otros en el balcón. La estantería en la bajera.

A los días recibe una carta diciendo que hay que separar lo orgánico del resto de la basura. Pedro toma su DKV y se dirige a la ferretería. Compra otro cubo negro para el orgánico. Vuelve a su casa y se encuentra con que no le caben los cubos bajo el fregadero. Pedro monta en su DKV y va a una tienda de cocinas. Encarga un mueble de fregadero mayor con capacidad para dos cubos

Un mes después recibe una carta de la mancomunidad solicitando su colaboración para separar los tetrabrikes. Pedro toma su DVK y compra un nuevo cubo para los bricks. Vuelve a su casa y lo deja en la bajera. La DKV no cabe ahora en la bajera. Así que decide dejarla en la calle aparcada. Como no tenía tarjeta de residente, Pedro tiene que sacar la dichosa tarjeta. Suponen 313 euros al año. Pero a Pedro le da igual, todo sea por la ecología y el medio ambiente.

A la semana siguiente le solicitan separar el aluminio del resto de la basura. “Tapas de yogurt y similar”, le reclaman, “y bien lamidas, por favor”, matizan. Pedro coge su DKV y va a comprar otro cubo. Vuelve y no le entra en la cocina. Pedro decide cambiar su piso de toda la vida por una casa. Eso sí, solicita que tenga una habitación para los cubos de reciclaje y estanterías de papel y cartón. Pedro tiene ahora siete cubos, una gran estantería y una hipoteca a 30 años.

Un mes más tarde le comunican que el sistema de recogida se cambia. Sólo puede sacar la basura a una hora muy determinada. Como Pedro a esa hora se encuentra cuidando su negocio de achicorias (no olvidemos que es el magnate mundial de este cultivo), tiene que recurrir a contratar a una persona para el menester 

“Bueno, otro puesto de trabajo”. Piensa Pedro. Pedro es un hombre colaborador. Pero ya le empieza a parecer excesivo esto del reciclaje.

Otro mes más tarde la mancomunidad le comunica que las bolsas deben ser homologadas y personales, para poder identificar a los infractores. Así que toma su DKV y se dirige a las oficinas de la mancomunidad (que están a 53 kilómetros) y recoge bolsas etiquetadas con su nombre y apellidos y DNI para el orgánico y la basura, para el vidrio, el aluminio, el papel, los bricks… y cada bolsa le cuesta el triple que las que compraba en la ferretería de su pueblo, que está a 63 metros de su casa.

Al poco le llega una multa por tirar en su bolsa homologada y personal un vaso de cristal roto en el vidrio. Pedro no sabía que el cristal del vaso no va al vidrio. Recibe una multa de 350 euros y una carta en términos muy duros afeándole su incívica y poco colaboradora conducta. Pedro sufre una taquicardia y tiene que ir a urgencias. Le diagnostican un ataque de ira pasajero.

A todo esto la Mancomunidad de Residuos de su Comarca ha construido nuevas instalaciones y ha contratado a dieciséis personas, dos capataces, un monitor y un encargado para inspeccionar las basuras y comprobar el correcto contenido de cada paquete. Esto ha supuesto un incremento de un 63,28% en el recibo domiciliario y un 72,06% en el industrial.

Semanas más tarde, mientras Pedro descansa en su sillón, la puerta de su vivienda salta por los aires. Un grupo del GEO cubiertos con pasamontañas entra en su casa y lo esposan. Lo meten en el GEOfurgón y lo llevan ante el juez Grande-Marlaska.

“Lo siento señor Salazar. Se le acusa de tirar el cadáver de una mosca al orgánico”
“Pero señor, una mosca es orgánico”
“Si, pero esa mosca falleció por insecticida, no de un chancletazo. Y estaba contaminada por epiretrinas. Lo ha determinado un laboratorio de California. Debería haberla depositado en la basura no orgánica. Tiene que pagar una multa de 4.000 euros más otros 85.236 euros que ha costado el análisis.”

Pedro paga la multa y el analísss, acepta la condena de dos años (no va a la cárcel por no tener antecedentes) y se va.

Pedro se ha cansado. Toma su DKV, se dirige al aeropuerto de Barajas y saca un billete a los montes Altai. Decide instalar su residencia en tan plácido lugar y hacer con la basura lo que le salga de los cojones.



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