viernes, 11 de octubre de 2013

De cómo Salazar conoce a un pescador.




Vito Fiorino hoy tiene dos problemas. Hace tres días sólo tenía uno, pagar su barco pesquero. Pero anteayer, mientras faenaba con su hijo y sus dos marinos angoleños tuvieron que asistir a los náufragos. Y ayer un dirigente de un partidito neonazi italiano le puso una denuncia por infringir las putas leyes que el Estado Italiano tiene en temas de inmigración. De no mediar esta denuncia posiblemente hubieran obviado su caso. Juzgar a una persona que se ha jugado la pelleta por auxiliar a unos negros que se estaban ahogando no queda muy bien de cara a la galería, posiblemente la fiscalía italiana hubiera hecho la vista gorda.

Pero la denuncia del fascistoide ese ha complicado las cosas. Bueno, Vito nunca ha sido un hombre de preocuparse por lo que no puede controlar. Ver venir; reflexiona. En este tema, excepto contratar un buen abogado poco puede hacer. Pero debiendo como debe 410.528 euros de su barco, pocas alegrías legales puede permitirse.

Lleva dos noches soñando y recordando los ojos inyectados en sangre del último inmigrante que se le escurrió de la mano y desapareció en el mar. Una mirada aterrada y suplicante. Y aún resuenan en sus oídos los gritos del resto que estaban ahogándose en el Mediterráneo. Un hermoso mar que ya se ha cobrado su tributo en sangre.

Son las cuatro de la mañana, dentro de una hora se pondrá en marcha para salir de pesca. Eso le relaja, de eso vive y eso se supone que será lo que le permita pagar su barco. En fin, ver venir.

Vito se pone delante de la bandeja de su desayuno al lado de su hijo y conecta la televisión. Son las primeras noticias, siempre malas, pero bueno, la tele acompaña. Y ni él ni su hijo tienen ganas de hablar

Comienza el noticiario y a Vito se le cae el panettone a la mesa. Salen unas imágenes en las que se ve un cadáver tapado con una manta térmica. El líder neonazi fue atropellado anoche. Un accidente y el conductor se dio a la fuga. Solo hay un testigo, que acertó a ver como lo que le pareció una vieja DKV que tras perder el control y subirse a la acera pasó por encima del tipejo. Y huyó después de aplastarlo.

Justicia poética piensa Vito. Si no hay acusador, no hay acusación. Mira, mis dos problemas vuelven a ser uno

Toma su viejo fiat chroma y sale a puerto. De camino recoge a sus dos operarios angoleños. Llegan a la dársena y se aproximan andando a su barco. Es bonito, piensa Vito. Y nuevo. Cuando acabe de pagarlo le daré otra mano de pintura de otro color. Si acabo, claro.

Apoyado en la barandilla hay un hombre. Parece que los esté esperando. Se dirige a él en un correcto italiano, con un deje que Vito identifica como español

“Bon giorno. Estoy de vacaciones y quisiera pasar una jornada de pesca. ¿Puedo acompañarlos?”

A Vito le parece que está delante de otro estúpido y aburrido urbanita desqueacerado.

“Esto no es nada parecido a una fiesta. Vamos a trabajar”

“Sólo pretendo compartir el día con ustedes. Estoy acostumbrado a trabajar duro, tengo un negocio de cultivos de huerta. Y pagaré mi pasaje, por supuesto”

Vito no duda. Cualquier pequeña cantidad es bienvenida. Asiente con la cabeza y le hace la señal de que le siga

Acceden al barco y el día pasa como cualquier otro, sin nada que reseñar y con poca pesca. Al atardecer vuelven a puerto. Un apretón de manos y cero palabras. El desconocido entrega un sobre a Vito, se da media vuelta y ya de espaldas saluda a modo de despedida.

Vito y su hijo vuelven a casa. Hora de cenar. Mucho trabajo para poco rendimiento. 

“Así no vamos a ningún lado. En vez de un barco, voy a dejar a mi hijo un pecio hundido” piensa Vito
Recuerda el sobre que le ha dado el español. Lo saca de la chaqueta y lo abre. Encuentra un billete de cien euros y un talón:

“Páguese al portador la cantidad de 410.528 euros”

Horas después una vieja DKV cruza la frontera entre Italia y Francia por un camino vecinal. Salazar vuelve a casa.

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