jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo octogésimo “¡¡¡TE PILLE!!!”



Hace muchos años, viaje a la España profunda. Afortunadamente cada vez quedan menos profundidades en la Península Ibérica, pero hace veinticinco años las había. Y por las tierras extremeñas más aún
Extremadura es un sitio precioso. Si vais y lo conocéis os puede pasar lo que a mí, que no le veis sentido al nombre. El clima, el paisaje, las gentes, la historia… no ves lo extremo por ningún sitio. Unas perspectivas impresionantes, horizontes infinitos, verde y más verde y un clima bastante más amable que el que te pueden encontrar en el páramo leonés o en la meseta castellana.
Cruzar de las dehesas de las zonas bajas a un monte mediterráneo de matorral por donde no pasan ni los jabalíes en cuestión de pocos minutos  es toda una experiencia visual. Y el estar allí en aquella época, en la cual había mucha más diferencia que la que hay ahora en el modus vivendi entre el rico norte de España y los valles de Cáceres, era como viajar en el tiempo.
Extremadura es muuuy recomendable. Paseas por el casco viejo de Cáceres y casi te piensas que a la vuelta de cualquier esquina te puedes encontrar con Hernán Cortés. Está impresionantemente bien conservada esta ciudad.
Y todo ello aderezado con los productos que graciosamente nos ofrece el cerdo ibérico, unos quesos exquisitos y un buen gusto a la hora de asar el cabrito. Si vas es seguro que vuelves.
Luego está la dehesa, una herencia única en Europa. Es un paisaje de llanura irrepetible en Europa. Algo parecido lo encuentras en las grandes praderas americanas, el veld africano o la estepa asiática; pero en Europa, llanuras, sólo hay aquí. En Salamanca y Extremadura.
Uno de los día que volvíamos de hacer una pequeña excursión. Habíamos visitado una minicentral hidroeléctrica y por atajar nos metimos ladera abajo por una trocha. No íbamos muy despistados (por una vez en la vida).
Pocas decenas de metros antes de salir al camino donde teníamos los vehículos nos encontramos con un chaval de nuestra edad en cuclillas y con los pantalones en los tobillos. El pobre hombre había buscado refugio tras una jara para deponer y aliviar su intestino. Y allí, tras esa mata, creía haber encontrado la paz y la tranquilidad necesaria para tan ardua tarea.
Pero no. Como de la nada surgen cuatro personas. Lo miran. El mira a los otros con ojos de gacela atrapada. Recuerdo la tristeza y sorpresa con la que nos obsequió. Fueron unos segundos de silencio. Casi se podía cortar el ambiente. Y yo, que no tengo idea buena, sin pensar en las consecuencias me eché la cámara al ojo y le tiré una foto al pobre hombre en tan comprometida postura.
Abrió un poco la boca y fue incapaz de articular palabra. Antes de que se recuperase de tan mayúscula intrusión en su vida privada salimos pitando entre carcajadas y risotadas.
La verdad es que no fue lo más correcto que pude hacer, pero reír nos reímos un rato. En mi descargo tengo que decir que destruí la foto, no sin antes echar yo también unas cuantas carcajadas en casa recordando lo surrealista de la situación
Si es que tengo cada idea.

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