Pedro Salazar Ibiricu ha aparcado su DKV frente a un
viejo bar de carretera. Es la estepa palentina. A Pedro le gusta la tierra de
campos. Dicen que son los pueblos más feos de España, pero Pedro está a gusto
entre sus gentes.
El bar es como todos los bares que han quedado fuera
de la autovía. Una cortina de tubillones verdes y blancos para evitar moscas,
un ventilador que lleva años roto, un muestrario de casettes, azulejos rojos,
el futbolín y mucha mugre acumulada desde la época de Aníbal. Y la letrina.
Ahhh la letrina. Esa taza turca. Esos rincones mugrientos. Esa araña
fosilizada. Esa escobilla con el mango roto.
Pedro está en
su ambiente. De música de fondo, como no puede ser de otra forma, suena el Fary
en el casette.
Pedro está pensativo apoyado en la barra mientras
bebe una Sanmiguel en botella.
Iba escuchando a Antonio Flores en la DKV. Sonaba la
canción de “No dudaría”. Pedro está pensando en el estribillo; en “pero nunca,
nunca más usar la violencia. Tarachuchu tarachuchu….”. Pedro se plantea su
complicada vida de justiciero
“¿Qué derecho tengo a erigirme en juez y verdugo? He
matado a muchos canallas, todos lo merecían pero esto no cambiará. Todo seguirá
igual. Debo dejar esta vida que no conduce más que a una espiral de sangre y
destrucción. Tengo que hacerlo”
En esto entran un hombre y una mujer con una niña.
Toman asiento. El hombre está visiblemente enfadado. Ella con los ojos bajos y
llorosos. La niña, no dice nada
“Si es que pareces tonta. Y vas a criar a otra
tonta. No me extraña, viendo a la tonta de tu madre. No vales nada, tía mierda.
No sé en qué pensaba cuando me junté contigo. Tonta. No vales ni para hacer las
camas, y menos para deshacerlas. Y encima te crees algo porque estudiaste
bellas artes. Bahh.”
Ella recuerda en silencio. Recuerda que se enamoró
de aquel joven que era entonces el líder de su grupo. Todas sus amigas bebían
los vientos por él y la envidiaban a ella. El simpático de la cuadrilla. Con
moto. Y guapo.
Recuerda como poco a poco la fue ninguneando. De
cara a la galería siempre llevaba la voz cantante y él era el interesante de
las reuniones. Era el majo. Pero de puertas adentro, la vida se fue tornando
monótona, gris y triste. Y dura. Un rosario de desprecios y gritos.
Acabó la carrera y no llegó a ejercer. El no la
dejaba. Cada vez más sola, más dependiente, más vacía. Y llegó su niñita. Su
único motivo para seguir soportando el miedo y los insultos, eso y el pánico a
salir de nuevo al mundo.
Hasta que llegaron los golpes
La palabra que oye cien veces al día la saca de sus
pensamientos, una palabra que ya se ha acostumbrado a oír a menudo
“Tonta, más que tonta”
Pedro va al teléfono público, marca un número muy
privado y al segundo timbrazo contestan
“Dígame señor Salazar”
“Señorita Green, mande el A12 y a Jacinto al pueblo
de (dice un nombre) al bar (dice otro) ahora mismo. En media hora debe estar
aquí”
Pedro saca una faria del bolsillo de la camisa y la
enciende. El dueño del bar se le aproxima
“No se puede fumar. La multa es para mí”
“Tampoco se puede insultar a las mujeres y usted lo
está consintiendo”
“No es asunto mío. Algo habrá hecho”
“¿Cuánto valen los callos?”
“Tres euros la ración”
“Démelos todos. Y también la tartera. Cóbrese y
quédese la vuelta”
Pedro paga con un billete de cien euros. Al
repugnante dueño del repugnante garito se le cambia el color al ver semejante
propina
“Si es que eres tonta. Si es que no sé cómo te
aguanto. Si es que…”
No puede acabar la frase. Una tartera de barro llena
de callos se le incrusta en la nuca. Se desploma de bruces sobre la mesa de
mármol en una mezcla de sangre, sesos, huesos craneales, cachos de tartera y callos.
Todos se vuelven a mirar a la bestia que ha hecho el
lanzamiento. El dueño del local, la niña y la mujer. Pedro se acerca a ella y
deja un papel con un número telefónico en la mesa
“Dentro de un cuarto de hora pasaran a recogerla.
Diga al chófer dónde quiere ir y la llevará, a usted y a su hija. Su casa, un
hotel o la guardia civil. Usted verá.
Mañana llame a ese número de teléfono. He escuchado que ha estudiado bellas
artes. Es el número de un millonario aburrido
y enriquecido con el comercio de achicorias que tiene una fundación dedicada al
coleccionismo de arte. Posiblemente le pueda dar un buen trabajo”
“¿Quién es usted?”
“Alguien que hace una hora tenía dudas y ahora ya
no. Buen día señorita”
Pedro monta en su DKV arranca y sigue su camino.
Saca la cinta de Antonio Flores y pone una de ACDC. Suena highway to hell
(autopista al infierno)
Pedro sonríe, mete la cuarta y faria al morro sigue
su justiciero camino por tierras españolas.
Ya no duda