21 de marzo de 2013
Las sensaciones
que he experimentado a lo largo de veinticinco años de viajes han hecho que
pierda la fe en casi todos los dioses (me queda Manitoú) y en su supuesta
creación, el hombre.
Ver a dos
millones de personas sobreviviendo amontonados en los nichos de el cementerio
de El Cairo, ver los arrabales de Nairobi con críos malmuriendo, ver el barrio
portuario de Mombasa con niñas abandonadas carcomidas por el sida, la viejecilla
en Nepal cojeando bajo el fajo de leña, el chiquillo con la cabeza abierta por
un porrazo de un guardia de seguridad, entrar a la república checa a través de
una carretera llena de putas y los cresos alemanes mercadeando la carne
fresca…………. pasear por las megacalles de Toronto y Montreal al lado de
escaparates con precios que piensas que es la referencia del producto (por el
numero tan largo que ves, digo) y estar debajo del escaparate un tío consumido
por vaya usted a saber que drogas. Dar una vuelta por Dakar supone dejarte en
el hotel el corazón y el estómago, y llevarte doble ración de cojones y
cuidado.
Todos estos
minutos de visiones te vuelven un tanto incrédulo
He aprendido que
existe la pobreza, la miseria y la pobreza extrema. Pobreza es la carencia de
algo. Miseria es la carencia de todo. Pobreza extrema es el miserable que vive
al lado de la riqueza, la ve pero no puede tocarla. En una ciudad
estadounidense o canadiense te puedes encontrar la primera y la última. En
Europa es más difícil ver miseria y pobreza extrema. En África lo habitual es
encontrarte las dos últimas. En Asia hay de todo.
Como os digo
amigüitos, estas visiones vuelven en la maleta y te acompañan para siempre
aunque pierdas las fotos; te forman o deforman como persona y forjan tu forma
de ser.
Por eso he dicho
lo de que ya no tengo fe ni confianza en el género humano.
Pero me está
cayendo bien este nuevo Papa que tienen los católicos. La frase esa que ha
dicho de que hay que servir, está muy bien. Con su permiso, me la voy a
apropiar y la voy a alambicar, estrujar y llevar al extremo. Se me da muy bien
eso de llevar las cosas al extremo.
Hay que servir.
Sí señor. Y el que no sirva, a la puta calle. El político electo que no sirva,
que devuelva el escaño. El cargo puesto a dedo que no sirva o no haga falta,
que vuelva a su trabajo anterior. El que no sirva más que para hacer el mal, al
trullo. El que no sirva más que para calentar la silla, que se le quite y se
caiga al suelo.
Los que solo han
servido para que la Europa que se levantó tras la segunda guerra mundial vuelva
a una posguerra virtual que se vayan preparando para presentar cuentas.
Hay que servir.
Y quien no sirva, que se atenga a las consecuencias.
Bueno, me he quedado
más ancho que largo.
Este sábado yo
tengo boda, se casa un buen amigo mío, gran tipo y mejor persona. Toca hacer el
melón, dar abrazos, bailar y saltar de alegría. Con lo que me gusta a mí
abrazar al personal y bailar, vamos, que no veo el momento. Consumido estoy por
la espera. Que nerviosssss.
Feliz fin de
semana. Pasadlo bien, sed buenos y parad en los pasos de cebra.
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